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Cine y Jazz

Música y lágrimas: genuinamente americano

Música y lágrimas: genuinamente americano

Música y lágrimas no cuenta la historia de Glenn Miller “per se”. Al menos, no la que ocurrió en realidad. Ya te haces una idea al ver el título que le pusieron en España a la película, aunque peor todavía es el “Glenn Miller Story” del original. De muy edulcorado es de lo que peca este biopic. Al viejo, almibarado y conocido estilo Hollywood. Porque hay un tipo que sale y que se parece a Glenn Miller, y situaciones que en algún momento recordarán a situaciones similares a las que pudieron pasar. Tiene delito, pero es lo que hay. Aún con todo, Música y lágrimas es una película bien bonita y que entretiene durante sus buenas dos horas.

Gran parte de la culpa, James Stewart. Y un director como Anthony Mann, de oficio más que sobrado. El dúo se basta para dar credibilidad a una formidable sarta de falsedades sobre la vida del trombonista y director de orquesta americano, desde que empieza hasta que acaba. Si lejos está de narrar la realidad de lo vivido en sus 40 años por Miller, en ultratumba situaremos la verdadera causa de su muerte. Porque a mejor vida pasó, pero lejos de la niebla de un traslado aéreo Londres-París. El vuelo era más a ras y en muy buena compañía parisina-la nuit.

Por el entonces de su muerte, en 1944, sones de guerra, Miller llevaba ya tiempo siendo Director de la Banda de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos. Entrañable la escena en que ni los bombardeos alemanes acallan la virtuosidad , “In the mood”, demostrada por la orquesta ante los soldados americanos a techo descubierto. Pero bastante dudosa también.

Datos veraces: Ben Pollack, que aparece como artista invitado en la película, fue el jefe de banda de Miller en los comienzos de éste. Y varios de los antiguos miembros de la orquesta de Glenn Miller participaron en la filmación de la película.

Opinión personal: ¿es la música de Miller jazz?, y el tan traído “sonido Miller”, que éste busca y rebusca sin fin en la película, hasta el punto de convertirse en la verdadera obsesión del artista. Hay una escena muy reveladora. Una orquesta a la que Miller vende uno de sus temas, el celebérrimo Moonlight serenade, interpreta el tema a médium tempo. Miller sale horrorizado de la sesión. Han destrozado mi música, viene a decir. No es definitivamente ése “su sonido”. En efecto, la versión que Miller hará famosa es a tiempo lento. Pero ¿cuál de las dos resulta más atrayente, una vez transcurridos más de 60 años desde entonces? Sólo hay que ver la película para verlo y juzgarlo.

Eso sí, June Allyson está maravillosamente cursi pero encantadora. Es una de mis debilidades, lo reconozco.

Y Louis Armstrong ameniza nada menos que la boda de Glenn Miller y su esposa. La trompeta del gran Satchmo. Y con él sus All Stars del momento: Barney Bigard, Arvel Shaw, James Young, Marty Napoleón y Cozy Cole. Y también sale la batería de Gene Krupa, o el tenor Babe Russin o la cantante Francés Langford.

Ni que decir tiene que, aparte de los temas ya mencionados, suenan también Chattanooga Choo choo, Little Brown Jug, American Patrol, A String Of Pearls...Larga vida a Glenn Miller, siempre que las archiconocidas e inmortales derivaciones, que como célula madre ha conocido desde su muerte en forma de orquestas, aún lo permitan.

El trompetista: eternamente joven

El trompetista: eternamente joven

Vida más o menos confesa del trompetista Bix Beiderbecke. Más o menos, porque, entre otras cosas, el público no sabía ni sabe aún quién fue el magnífico músico de Chicago. Bix Beiderbecke fue contemporáneo de Armstrong, y uno de sus no imitadores, sino todo lo contrario, lo cual, en su época, ya tenía mérito. Pues eso, la vida de El trompetista es la de Bix, Kirk Douglas en la película. Pero como está trasladada de época y de ambiente, sólo será un dato para el muy aficionado.

Fuera de esto, la película es magnífica. Es de Michael Curtiz, que, aparte de Casablanca, hizo más cosas, y algunas muy buenas. No suele estar bien considerado dentro de la historia este Curtiz. Ni es un nombre que se recuerde entre los grandes. Quizá no lo sea, pero no quita a que sea un artesano eficiente, un hombre de estudio nada brillante, discreto, pero honrado y cumplidor.

Del año 50, en El trompetista, Kirk Douglas encarna a un músico que desde chico quedó prendado por la música de los negros. Alma de negro tenía Bix y alma de negro tiene Douglas en el film, Rick Martín. De niño, Rick conoce por primera persona a un músico negro de jazz, un imaginario Art Hazzard, que le iniciará en el asunto. Una trompeta de segunda mano será su primer instrumento. De joven comienza su aprendizaje, sus amoríos (Doris Day), más tarde llega su emancipación profesional, que no su equilibrio personal y musical. Él quiere conseguir un sonido único, convertirse en referente del circuito musical. En su intento, le pasan varias cosas, entre ellas Lauren Bacall y las botellas de alcohol. Doris Day acaba arrinconada, Lauren se convierte en su perdición, y las botellas en sus mejores amigas.

Y sale Hoagy Carmichael, haciendo, cómo no, de compadre de Rick, el amigo simpático, fiel y pianista. No lo hace mal, en verdad, Carmichael, cuando se pone delante de la cámara. Y no lo hacen mal ninguno del reparto, incluida Doris Day antes de hacer una pareja de cine de Rock Hudson.

Y Kirk Douglas era un buen actor. Tenía en su favor un físico y una presencia, que no es poco. Sus detractores pueden argumentar ciertas limitaciones interpretativas. Quizá, que fuera una estrella con mayúsculas, al menos pasado un tiempo de esta película. Pues en esta película Douglas tiene un registro poderoso de drama. En drama era un tipo que daba, que resultaba, que transmitía. Y en esta biografía encubierta de Bix Beiderbecke, además Douglas parece un apósito a la trompeta como si con él hubiera ido la cosa toda la vida.

Las canciones forman parte del archivo popular americano: Tea for two, I only have eyes for you, The man I love, Get happy… Quien dobla a Douglas en los temas a la trompeta es el gran Harry James. Y Doris Day confirma que era una magnífica artista vocal cantando algunas canciones.

Acordes y desacuerdos: I remember Django

Acordes y desacuerdos: I remember Django

Nueva muestra de falso documental que el director judío Woody Allen utilizase 15 años antes con Zelig. Acordes y desacuerdos narra por boca de terceros la vida y obra de un imaginario guitarrista de jazz de los años 30, Emmet Ray, que vive por y para su instrumento y del que se considera el mejor especialista del mundo. Eso sí, detrás de “un tal Django Reinhart que hay por Europa”. Plagada de guiños jazzistas, quizá sólo al alcance de los muy aficionados, Acordes y desacuerdos representa un rendido homenaje de Allen hacia el mundo del jazz.

El drama de una guitarra

Bajo el prisma de la comedia, tras Acordes y desacuerdos se esconde una muy ácida reflexión sobre el artista y su labor de creación. Ya sea un músico de jazz, ya sea un director de cine, eso es algo que Allen toca regularmente en muchas de sus cintas. Inevitablemente, y por mucho que se presenten desde el punto de vista formal como comedias, terminan por aparecer tintes tragicómicos. ¿Alguien se atreve (tras contemplar el final de la cinta, que no desvelaremos) a calificar a Acordes y desacuerdos como una comedia?

De nuevo aluvión de nominaciones a los Oscar para los actores de una película alleniana. Un Sean Penn acaso superior a la propia película consigue con su interpretación uno de los mejores papeles de su carrera, así como demostrar de la mano de Allen ser un actor insospechadamente dotado para la comedia. Otra nominación a la mejor actriz de reparto para la novísima actriz Samantha Morton en el papel de una joven muda que encadilará a Emmet Ray en la película. Nada menos, pues, que dos nominaciones más en la carrera Allen, datos suficientes para afirmar que quizá tengan razón aquéllos que matizan que debiera ser Allen, como director de esos actores, el
eternamente nominado.

Sweet, lowdown

Detrás de la banda sonora, el inefable y nunca bien ponderado Dick Hyman, pianista de suave y clásico estilo, perfecto para el tempo sweet and lowdown de la película. El guitarrista que "dobla" a Sean Penn es el no menos talentoso y técnico Bucky Pizarelli. Allen tiene además el buen gusto de incluir en la lista de canciones de la cinta títulos originales interpretados por Django Reinhardt. Del manouche son los temas Avalon o When Day is Done. El resto de los temas están intrepretados por la banda liderada por Hyman, aunque también suenan los contemporáneos de Reinhardt Bix Beiderbecke, Sidney Bechet, Red Nichols... Todo un ejercicio de nostalgia y amor por el jazz clásico (Woody afirma en más de una ocasión que no entiende el moderno...)

Mo' better blues: la pasión de un hombre

Mo' better blues: la pasión de un hombre

Mo’ better blues fue el segundo título en que Spike Lee pensó para la película. Él quería haberla llamado A love supreme, parafraseando la genial composición de John Coltrane, pero su viuda, la también músico, Alice, no concedió permiso. Así pues, la película se estrenó ya con su nombre por todos conocido, Mo’ better blues, o Cuanto más mejor. Una más de sus particulares visiones sobre la vida contemporánea de los afro-americanos en América, en este caso dentro del mundo del jazz.

La película nos cuenta la historia de un trompetista, encarnado por Denzel Washington, que vive por y para la música, un auténtico retrato de una obsesión para el que Lee nos remonta a los primeros años de este Bleek Gilliam: Bleek tiene un padre posesivo que quiere que su hijo se convierta en músico, al que no deja tiempo material para gozar de los juegos propios de la niñez. Por medio de una elipsis brutal, de un Denzel infante practicando con una trompeta, pasamos ya al adulto Denzel enfrentado con una frenética lucha contra el reloj con un solo de trompeta encima del escenario de un club.

El reparto, visto ahora, resulta espectacular: Denzel Washington, Wesley Snipes y Samuel L. Jackson, entre otros, son nombres que se han instalado en la cima del cine actual. Denzel, recién oscarizado en aquel año por su interpretación de un soldado en la guerra civil americana en Tiempos de gloria. Wesley Snipes, como Denzel, uno de los actores preferidos y fetiche de Lee, antes de lanzarse al terreno del cine de acción. Y Samuel L. Jackson, en un curioso papel de matón, que ya presagiaba papeles como el de Pulp Fiction (Tarantino y Lee, grandes amigos, por otra parte) Más: otro habitual de Lee, John Turturro, Giancarlo Esposito...

Hijo de un músico de jazz, el bajista Wild Lee, Spike tuvo dónde bucear para documentarse de cara a la historia. Por un lado está la parte realmente jazzista, que es la que afecta a la vida personal y amorosa del protagonista, y por otro tenemos la parte que provocará su enfrentamiento con los bajos fondos del hampa del juego. Más interesante la primera que la segunda, de todas formas esta trama de las apuestas y el juego que introduce el amigo de Bleek, Gigante, papel interpretado el propio Lee, ayudará en ese sentido a que la historia dé un giro radical en su transcurso. Una mala influencia que desencadenará el cambio de actitud en la vida profesional y personal de Bleek.

El ego de una trompeta

Por lo tanto tenemos a un Lee que conoce bien el mundo del jazz, hay bastantes guiños al espectador jazzista, detalles cómplices propios de aquel universo: la lucha por el liderato del grupo, las lógicas rencillas entre dos egos fuertes musicales (Denzel y Wesley), muy bien engarzadas aquí por la disputa por el amor de una misma mujer, dualidad muy efectiva y que constituye uno de los mejores aciertos del film. Temas conectados: ¿egocentrismo de un músico de jazz imprescindible para triunfar, aún a riesgo de perder a una mujer o auna esposa, a riesgo de perder amigos, la vida real?

Siendo un poco malvados, ¿reminiscencias de Wynton Marsalis en el papel de Denzel? Haya o no mucha verdad en este aserto, sí cabe plantearse ciertos paralelismos entre uno, personaje real, y otro, personaje de ficción: familia de músicos; más que gusto, fervor por el jazz. Se diferencian, no obstante, qué partes son mera coincidencia y cuáles pura invención de Spike Lee.

La banda sonora, sencillamente, es una gran banda sonora. Encargada la composición de la música al que sería su posteriormente habitual, el trompetista Terence Blanchard, la interpretación de los temas corresponde al mismo Terence Blanchard y al cuarteto de su amigo, el saxofonista Brandford Marsalis: Brandford a los saxos, el ya fallecido pianista Kenny Kirkland, el bajista Robert Hurst y el baterista Jeff “Tain” Watts, el único de todos ellos que aparece en la película, en la cual interpreta efectivamente al batería del quinteto.

Straight, no chaser: universo propio

Straight, no chaser: universo propio

Straight, no chaser fue una producción Clint Eastwood del año 1987. La directora es Charlotte Zwerin. Straight, no chaser viene a ser el título de una de las más famosas composiciones del protagonista en cuestión, que no es otro que el pianista americano Thelonious Monk. El haber escogido a este personaje, y no a otro del mundo del jazz, tiene su razón de ser en la particular personalidad de este músico nacido en Rocky Mount (Carolina del Norte) en 1917.

En la cinta acompañamos al pianista por varias de sus giras mundiales. Monk murió en 1982. Apartado de la escena musical por decisión propia a mediados de los años 70, una más de sus extrañas decisiones de su extraña idiosincrasia, el documental recoge momentos grabados en la década de los 60 y recuperados aquí como una especie de recopilación de imágenes representativas de su persona. Aderezado por diversas opiniones de músicos acerca del estilo musical de Monk, el collage compuesto refleja de manera bastante fiel el universo totalmente distintivo de este pianista y compositor. Imbuido de esa manera de tocar y componer iconoclasta que tenía Monk, el documental en todo momento tiene un aspecto formal muy cercano a la heterodoxia propia de su protagonista: al compás del comportamiento de Monk, así como a hachazos, sin seguir un patrón definido, guiándose más por el instinto que por otras cosas, irá marcándose el ritmo de la cinta.

Monk retratado fielmente, un Monk íntimo y desconocido, del que se extrae una visión que da lugar a que nosotros saquemos claves que expliquen su manera no sólo de vivir, sino también de componer, de la manera que Monk tenía para proyectar su mente en forma de música. Una personalidad única. Lo vemos en ocasiones como aislado del mundo, incluso de sus propios compañeros. Lo vemos apartado de todos en la espera de un aeropuerto. Antes de entrar a escena. Su peculiar forma de tratar a los periodistas durante una entrevista. Somos testigos de ese universo para el que, efectivamente, sólo él, o muy pocos más, parecía tener pasaporte. Bueno, pues a eso nos invitan con esta película. A compartir momentos, a observar a un genio. Para el que no conociera la vida de este personaje, con Straight, no chaser puede hacerse una idea más que aproximada de la misma. Un descubrimiento en todos los sentidos. Si uno empieza por escuchar su música y acaba desconcertado en primera instancia, quizá con la visión de esta película pueda sentirse, cuando menos, algo más capacitado para entenderla. Para el que ya sepa de su vida y obra, Straight, no chaser sirve para sentirse más cómplice, si aún cabe, con Monk.

Lejos de cualquier pretensión de hacerse notar en la película, no vemos señales de vida ni de productor ni de directora en ningún momento, no se inmiscuyen en una labor hipnótica que involuntariamente corresponde, sin que él lo sepa, a Monk, el llamado “sumo sacerdote” del bop.

Ray: una visión distinta

Ray: una visión distinta

Hablamos aquí de Ray porque el blues y el jazz son primos hermanos. Ray trata de la carrera musical y personal del genio del rhythm and blues Ray Charles. Ray Charles Robinson, que falleció el año 2004, justamente mientras Taylor Hackford, como director, y Jamie Foxx, como protagonista, se encontraban en pleno rodaje de la cinta.

La historia comienza en 1948, con la salida del joven Ray de su Florida del norte natal hacia su meteórica carrera, primero a Seattle, luego a Nueva York, luego a tantas y tantas ciudades. Nombres como Nat King Cole, Lionel Hampton, Quincy Jones o Art Tatum se pasean por las líneas del guión de James L. White. Era algo conocido que los primeros éxitos de Ray Charles como músico fueron gracias a un grupo-clon del trío de Nat King Cole. Aquí se da una explicación bien sencilla. Es lo que Ray ha escuchado y que, sobre todo, le gusta. El hecho de que cambie responde más a planteamientos comerciales de la productora. A él, en cambio, tampoco parece que le afecte en demasía. Si hay que tocar rhythm and blues, se da el giro al rhythm and blues, un estilo que puede que nazca con espontaneidad, con pura y llana naturalidad.

La orquesta de Lowell Fullson será el inicio de esa nueva etapa musical, personal y... de otras cosas, novedosas y adictivas. Dos perdiciones nacen en el nuevo Ray Charles. El gusto por las mujeres y por la heroína. Conoce a su mujer “oficial”, forma una familia. Paralelamente construirá esas realidades que no aparecen en los libros de historia ni en las enciclopedias de música: sus ardientes amantes, infidelidades varias, coronado todo ello por una feroz y silenciosa adicción a las drogas.

Jamie Foxx: yo soy Ray

Es curioso un paralelismo existente entre Bird, una de nuestras anteriores películas comentadas y Ray. En ambas dos se cuenta la vida de dos de los máximos representantes de dos estilos de música. En ambas se nos ofrece una aproximación bastante acertada de la vida de un dos músicos. El biopic, tradicionalmente edulcorado y manipulador en Hollywood, renace con estas visiones honestas, objetivas, apenas con adornos y pocas licencias. También en Ray tiene lugar una interpretación absolutamente prodigiosa por parte del actor Jamie Foxx. Otro punto en común con Bird. Si allí Forest Whitaker ofrecía un recital en su encarnación de Charlie Parker, aquí otro actor relativamente desconocido para el gran público no sólo realiza una actuación portentosa, de las que efectivamente marcan una época y a un actor, sino que llega a ser una reencarnación más que virtual, absolutamente exacta del pianista invidente. Imitaciones al margen, tener que escuchar la voz en original de Jamie Foxx es necesario y obligatorio.

También en Ray vemos un recurrente regreso al pasado para encontrar las claves que expliquen el porqué del comportamiento “libertino”, despreocupado, de Ray. El sentimiento de culpa, el remordimiento del que Ray pretende huir internándose en las drogas, en la promiscuidad, ante ese pasado que a él se le presenta por medio de símbolos y visiones en su vida cotidiana, describen de forma angustiosa el universo, oscuro universo al fin y al cabo, que debe afrontar por las buenas... o por las malas.
En uno de los varios flashback del film, su madre le enseñará una lección que Ray nunca olvidará: afrontar el resto de su vida mediante la superación y la lucha personal, todo lo que de ahí en adelante se va a encontrar; a veces su madre le enseñará a valerse por si solo de manera cruel, despiadada, cosa que al joven Ray le vendrá muy bien a la hora de vivir, ya lo sabemos, a su manera.

Un genio natural

Que si la elección de algún estilo, véase el country del celebérrimo I can’t stop loving you, pueda ser rebatible, o la pequeña “traición” al cambiar del sello discográfico independiente en el que se encontraba a uno de los principales empresas del sector, queda salvado por esa total naturalidad con que Ray Charles se tomó, también aparentemente, su carrera musical y personal. El country: de nuevo él ya explica en la película que es la música que siempre escuchó de pequeño en la radio. El cambio de sello: agradezco todo lo que habéis hecho por mí, pero ahí me pagan más. Es decir, el estilo de Ray, tanto es su vida como en su música es el desdramatizar. Suficiente desgracia (¿o no tanta?) fue ya la pérdida de mi facultad visual. Lo mejor que sé hacer es echar la vista al frente y continuar.

El propio Ray Charles se involucró personalmente en la banda sonora de la película, con nuevos arreglos elaborados para la película, como ese Georgia on my mind de los títulos de crédito finales. No faltan, están todos: Hit the road Jack, ese Georgia on my mind, What I’d said, Unchain my heart, todas sus composiciones para deleite del más acérrimo de sus incondicionales, que también tienen la ocasión de (sí, es él en más de una ocasión) de escuchar al propio Jamie Foxx cantar alguno de los inmortales éxitos de Ray Charles.

Si algún pero le ponemos a Ray es que roza el límite del que hablamos del biopic típicamente “hollywoodiense”. Bien es cierto que la película no rehuye temas como el de la adicción a las drogas del músico o de sus constantes infidelidades. Pero tampoco debemos olvidar que entre los productores se encuentra el propio hijo de Ray Charles, pequeños detalles en los títulos de crédito al afirmar que tanto Ray como de afectados dejó en su momento su adicción a los estupefacientes, una mención que en realidad podría haberse evitado. Por otra parte, la mención y aparición en alguna que otra ocasión del genial Quincy Jones da la impresión de estar metida a presión; su personaje apenas tiene un desarrollo continuado para la historia, lo que da que pensar que se trate más de un guiño de Ray a su amigo del alma que a una inclusión esencial para el avance de la película.

Alrededor de la medianoche: un americano en París

Alrededor de la medianoche: un americano en París

Alrededor de la medianoche está basada en dos vidas, la del pianista Bud Powell y la del saxo tenor Lester Young. Para ahondar en la de Bud powell, el director de la cinta, Bertrand Tavernier, toma como referencia un libro, The dance of the infidels, del amigo y protector de Powell, Francis Paudras, acerca de la estancia del pianista americano en París durante la década de los 60. El saxo tenor Dexter Gordon, sin experiencia alguna anterior en la gran pantalla, y protagonista de la película, fue nominado al Óscar al mejor actor en 1986 por su interpretación de Dale Turner, sosias más que cercano de Powell y Young.

Hay un tema principal en el fondo de esta película, que es la amistad. La amistad entre un saxofonista americano de gran éxito en la era del be bop, Dale Turner, afincado en París, y un padre de familia francés, Francis Borler, interpretado por François Cluzet. Dentro del tema principal de la película, hay una vertiente musical que sirve para tapizarla de jazz: y ahí es donde nuestro hombre en París, Dexter Gordon, da lo mejor de si mismo, tanto en la parte meramente de actor como en la puramente musical.
De la musical, cabe decir que él mismo se encarga de interpretar los temas. Precursor del saxo tenor en el estilo be bop, Dexter pasa por ser uno de los más grandes saxofonistas de la historia, con un sonido compacto y firme pero abrasadoramete melódico en la balada. De la actoral tan sólo podemos decir que Alrededor de la medianoche supuso la primera y única interpretación para la gran pantalla. Pero el resultado fue espectacular: una nominación al Óscar al mejor actor protagonista del año 1986.

Vida del jazzman en Europa

No mentimos al decir que algo de la vida de Gordon hay también en el film. También él tuvo que exiliarse en Europa en los años 50: parte como liberación del mundo obsesivo de las drogas, espiral en la que se vio inmerso en los años 40-50 en Estados Unidos. Bueno vino cambiar de aires. Así también sucedió con Bud Powell, como a tantos y tantos músicos que por una u otra razón (no hay que olvidar tampoco el lado oscuro de la piel de muchos de los músicos de jazz, racismo, discriminación, etc) que cruzaron el océano para establecerse en el viejo continente. En este contexto situamos la película Alrededor de la medianoche.

¿Qué aporta Dexter, además de esta ,en efecto, experiencia vital, a la cinta? Pues mucha solvencia, mucho “savoir faire”, inusitadamente si se quiere, de manera harto sorpresiva, para alguien novato de los pies a la cabeza desde el punto de vista cinematográfico. Dexter derrocha esa simpatía proverbial de la que hizo gala desde sus comienzos. Derrocha la serenidad y el equilibrio que le dan los años. Él sabe que en el fondo se está interpretando a sí mismo (quizá ésa fuera la única pero acertada insinuación de Tavernier en su trabajo: sé tú mismo) Su inesperada nominación al Óscar asombró a todos, primero a él mismo, y más sorpresivo fue que la Academia se acordase de una película europea protagonizada por un músico y encima de jazz, y que había estado durante su estancia en diversos países de Europa prácticamente defenestrado para la memoria incluso del aficionado al jazz americano. Imaginamos a Dexter muy tranquilo, sabiendo que poco podía hacer en un terreno que no era “el suyo”: nada menos que Paul Newman esperaba butaca con butaca a recibir ese año la preciada estatuilla.

Jazz por los cuatro costados

La película misma se contagia del espíritu de la improvisación propio del jazz, al no respetar de manera estricta el montaje cabal que puede esperarse. Así se suceden las escenas como si de pequeños tramos recortados se tratara (realizados esos cortes casi bruscamente se diría), pequeños fragmentos que, armonizados dentro de un conjunto, adquieren su verdadera dimensión lógica Un método que en realidad podemos observar en buena parte de la filmografía de Tavernier, desde sus comienzos hasta la actualidad, prueba de su más que contrastada inclinación por el jazz en la conexión con su cine.

Título-declaración-de-intenciones, basado en la composición del pianista Thelonious Monk, Round about midnight, y que tantas versiones ha conocido a lo largo de las décadas. Tavernier ya juega con el título para marcarnos el color de la jugada. El vocalista Bobby McFerrin es el encargado de interpretar el tema en los títulos de crédito, una interpretación sugerida, calmosa, aterciopelada. La banda sonora escrita para la película pertenece al pianista Herbie Hancock. Suenan después temas como Body and soul, Rhtym-a-ning, How long has this been going on. Vemos asimismo acompañar a Dexter Gordon en la película músicos sonoros como Wayne Shorter o el mismo Hancock, el trompetista Freddie Hubbard, el pianista Cedar Walton, los baterías Tony Williams y Billy Higgins, el guitarra John McLaughlin, vibráfono escuchamos a Bobby Hutcherson, a Pierre Michelot o a Ron Carter a los contrabajos. Jazz de calidad para una banda sonora impecable. Hasta el malogrado trompetista Chet Baker regala una mágica interpretación de Fair weather. Resultado de todo ello: Óscar a la mejor banda sonora de ese año.

Hay un cameo muy especial del director estadounidense Martin Scorsese como representante de Dale/Dexter.

Bird: sobredosis de emoción

Bird: sobredosis de emoción

Clint Eastwood dirige en 1988 “Bird”, la que es posiblemente su mejor película. Bird significó la declaración de amor que el actor-director profesa hacia el jazz. Acostumbrado a incluir en la banda sonora de sus cintas numerosos temas de procedencia jazzista, Eastwood brinda en Bird un definitivo homenaje a esa música en primera persona. Elige para ello la infortunada vida del saxofonista alto Charlie Parker (1920-1955), el músico que revolucionó el panorama del jazz con el denominado estilo be bop. Ya el cine había llevado a cabo aproximaciones más o menos certeras de la vida de otros grandes músicos: Diana Ross encarnó a Billie Holiday; James Stewart fue un dudoso Glenn Miller. Pero fue con Bird cuando se realizó una visión realista y alejada del tópico y simplista modo de hacer hollywoodiense con los biopics. En esta ocasión el protagonista Forest Whitetaker resultó ser un auténtico “pájaro” cinematográfico al meterse en la piel de un convincente Charlie Parker.

El guión de Joel Olianski sobre Parker malvive olvidado en la Columbia hasta que llega a las manos de Eastwood. El tratamiento que Olianski propone sobre Parker revisita los últimos años de su vida. A partir de ahí, sucesivos viajes en el tiempo nos muestra un Charlie Parker infante y adolescente que da sus primeros pasos con un saxo en su ciudad natal de Kansas; los infructuosos intentos por darse a conocer en la gran ciudad. Mediante un juego de tiempo cinematográfico que indistintamente nos conduce del pasado al futuro o viceversa, asistimos a los momentos cruciales de su carrera: el auge de sus mejores y brillantes épocas en los clubes de la calle 52 o la caída a los infiernos de la droga en su etapa de Los Ángeles.

Vida de un pájaro

Parker en primera persona acapara todos y cada uno de las escenas de esta película. El “pájaro” respira por todos los poros de la misma. Eastwood se mantiene bastante fiel a la realidad de la vida de Parker, incluso tiene la habilidad de poner énfasis en algunos aspectos claves en la carrera del genial saxofonista negro: no es de extrañar, pues, que repita en más de una ocasión el plano del “platillo volador” en distintos momentos de la película, del cual hablaremos más adelante. Todo en el film tiende a servir al espectador para explicar, para proporcionar los por qués del comportamiento a veces sorpresivo de Parker, las claves, en definitiva, de una existencia tan azarosa, tan carácterística, como la suya.

Los capítulos ficticios, que los hay en la película, deben ser matizados. Ciertamente que no hubo un tal Buster Franklin que se mofase en los comienzos de la vida de Parker. Pero no es en absoluto irreal que, no uno, sino varios músicos pusieran en tela de juicio los valores musicales del “pájaro”. Así, cuando Parker fue miembro integrante de la orquesta de Jay McSahnn, tuvo que soportar toda clase de burlas por parte de sus compañeros acerca de su ya peculiar forma de tocar el saxo hasta que finalmente fue aceptado. El capítulo más sangrante, no obstante, llega en ese momento, recogido efectivamente por la película, en el cual el mítico baterista de la orquesta de Count Basie, Jo Jones, arroja uno de los platillos de la batería a la cabeza de Parker. Es verdad, la película no es fiel tampoco en ese sentido a la realidad: Eastwood tiene el detalle de que ese platillo no llegue a impactar en Parker, simplemente es arrojado cerca de su persona. Tampoco quiere el director poner nombre al percusionista.

Una preciosa historia de amor con Chan, la mujer de Parker, interpretada por una espléndida Diane Venora, jalona a lo largo de la película los momentos más íntimamente ligados a la vida sentimental de Parker. La trágica muerte de uno de sus hijos provoca una de sus constantes recaídas en el mundo de la heroína, y proporciona uno de los momentos más espeluznantes de la filmografía de Eastwood: las sucesivas llamadas de teléfono mediante las que un patético y destrozado por los narcóticos Parker apenas conseguía enviar un mensaje de telegrama a su mujer.

La música, al fin

Eastwood se reunió con dos de los músicos que mejor conocieron a Parker:: los trompetistas Red Rodney y sobre todo, el camarada de los años 40 e impulsor junto a Parker del nuevo estilo be bop, Dizzie Gillespie. De la mano de Rodney asistimos a uno de los pocos capítulos festivos en la película. A cambio de que Parker toque con su grupo en la celebración de una boda judía (por aquella época Bird y los uyos no pasaban por una economía muy boyante), el trompetista, pelirrojo para más señas, acepta adentrarse en una gira con Parker por el proceloso Sur de los Estados Unidos. El posible problema racial de ver a un blanco como Rodney entre la población negra es resuelto por Parker de una forma tan genial como la de cualquiera de sus solos: presentar a Red Rodney como “Albino Red”, y obligarle a declamación de blues soterrado para toda la parroquia sureña.

Efectivamente éste es uno de los escasos momentos en que la tensión dramática se toma un respiro. Los demás episodios aportan al espectador unas claves para comprender el dilema personal que se le presentaba a Parker en su avatar diario: el amor, la pasión por una música por un lado, y el aspecto autodestructivo de la adicción a las drogas por otro, hecho éste que Eastwood, con total delicadeza, prefiere omitir en sus aspectos más morbosos. Nunca veremos una jeringuilla de más, sólo las consecuencias, los terribles efectos que provocaba en la vida de Bird. Tanto desde el punto de vista del aficionado al jazz, como cinéfilamente hablando, resulta conmovedora la escena en la que se recrea la famosa sesión de grabación de un espeluznante “Lover man” interpretado por Parker bajo los efectos adormecedores del caballo, y que termina con la rotura del cristal de la ventanilla de la cabina de grabación porque Parker ha lanzado contra él su saxo.

Frustraciones no sólo musicales, frustraciones no sólo personales, plasmadas genialmente por Eastwood en un plano apenas entrevisto: el fugaz y fracasado intento de Parker por conocer al compositor ruso Igor Stravinski a las mismísimas puertas de su mansión neoyorkina.

La supervisión de la banda sonora corre a cargo del fiel Lennie Niehaus , destacado saxo alto desde la década de los 50 y colaborador habitual de Eastwood. Para esta película, Niehaus aisló con tecnología digital los solos de saxo de Parker a los que agregó la intervención de destacados músicos modernos. “Acompañan” a Parker en esta nueva orquestación los pianistas Monty Alexander, Barry Harris y Walter Davis Jr., los trompetistas Jon Faddis y Red Rodney, el saxo alto Charles McPherson, bajistas como Ron Carter, Ray Brown o Chuck Berghofer, el vibrafonista Charlie Shoemaker, y el baterista John Guerin.

Y los temas musicales son los originales de Parker. Están todos, al menos los imprescindibles: Yardbird suite, Now’s the time, Parker’s mood... Otro de los momentos mágicos del film, que produce en la narración un inesperado tiempo muerto: Bird y Chan en el coche, la radio suena de fondo, en el justo instante en que la emisora programa la recién estrenada versión cantada que del tema “Parker’s mood” realizó en su momento el cantante King Pleasure. Oímos a Chan: lo odia. Parker, en cambio, simplemente escucha, escucha... Curioso, por otro lado, que fue Parker quien en realidad no tenía en muy buena estima la letra añadida a su canción.