Bird: sobredosis de emoción
Clint Eastwood dirige en 1988 “Bird”, la que es posiblemente su mejor película. Bird significó la declaración de amor que el actor-director profesa hacia el jazz. Acostumbrado a incluir en la banda sonora de sus cintas numerosos temas de procedencia jazzista, Eastwood brinda en Bird un definitivo homenaje a esa música en primera persona. Elige para ello la infortunada vida del saxofonista alto Charlie Parker (1920-1955), el músico que revolucionó el panorama del jazz con el denominado estilo be bop. Ya el cine había llevado a cabo aproximaciones más o menos certeras de la vida de otros grandes músicos: Diana Ross encarnó a Billie Holiday; James Stewart fue un dudoso Glenn Miller. Pero fue con Bird cuando se realizó una visión realista y alejada del tópico y simplista modo de hacer hollywoodiense con los biopics. En esta ocasión el protagonista Forest Whitetaker resultó ser un auténtico “pájaro” cinematográfico al meterse en la piel de un convincente Charlie Parker.
El guión de Joel Olianski sobre Parker malvive olvidado en la Columbia hasta que llega a las manos de Eastwood. El tratamiento que Olianski propone sobre Parker revisita los últimos años de su vida. A partir de ahí, sucesivos viajes en el tiempo nos muestra un Charlie Parker infante y adolescente que da sus primeros pasos con un saxo en su ciudad natal de Kansas; los infructuosos intentos por darse a conocer en la gran ciudad. Mediante un juego de tiempo cinematográfico que indistintamente nos conduce del pasado al futuro o viceversa, asistimos a los momentos cruciales de su carrera: el auge de sus mejores y brillantes épocas en los clubes de la calle 52 o la caída a los infiernos de la droga en su etapa de Los Ángeles.
Vida de un pájaro
Parker en primera persona acapara todos y cada uno de las escenas de esta película. El “pájaro” respira por todos los poros de la misma. Eastwood se mantiene bastante fiel a la realidad de la vida de Parker, incluso tiene la habilidad de poner énfasis en algunos aspectos claves en la carrera del genial saxofonista negro: no es de extrañar, pues, que repita en más de una ocasión el plano del “platillo volador” en distintos momentos de la película, del cual hablaremos más adelante. Todo en el film tiende a servir al espectador para explicar, para proporcionar los por qués del comportamiento a veces sorpresivo de Parker, las claves, en definitiva, de una existencia tan azarosa, tan carácterística, como la suya.
Los capítulos ficticios, que los hay en la película, deben ser matizados. Ciertamente que no hubo un tal Buster Franklin que se mofase en los comienzos de la vida de Parker. Pero no es en absoluto irreal que, no uno, sino varios músicos pusieran en tela de juicio los valores musicales del “pájaro”. Así, cuando Parker fue miembro integrante de la orquesta de Jay McSahnn, tuvo que soportar toda clase de burlas por parte de sus compañeros acerca de su ya peculiar forma de tocar el saxo hasta que finalmente fue aceptado. El capítulo más sangrante, no obstante, llega en ese momento, recogido efectivamente por la película, en el cual el mítico baterista de la orquesta de Count Basie, Jo Jones, arroja uno de los platillos de la batería a la cabeza de Parker. Es verdad, la película no es fiel tampoco en ese sentido a la realidad: Eastwood tiene el detalle de que ese platillo no llegue a impactar en Parker, simplemente es arrojado cerca de su persona. Tampoco quiere el director poner nombre al percusionista.
Una preciosa historia de amor con Chan, la mujer de Parker, interpretada por una espléndida Diane Venora, jalona a lo largo de la película los momentos más íntimamente ligados a la vida sentimental de Parker. La trágica muerte de uno de sus hijos provoca una de sus constantes recaídas en el mundo de la heroína, y proporciona uno de los momentos más espeluznantes de la filmografía de Eastwood: las sucesivas llamadas de teléfono mediante las que un patético y destrozado por los narcóticos Parker apenas conseguía enviar un mensaje de telegrama a su mujer.
La música, al fin
Eastwood se reunió con dos de los músicos que mejor conocieron a Parker:: los trompetistas Red Rodney y sobre todo, el camarada de los años 40 e impulsor junto a Parker del nuevo estilo be bop, Dizzie Gillespie. De la mano de Rodney asistimos a uno de los pocos capítulos festivos en la película. A cambio de que Parker toque con su grupo en la celebración de una boda judía (por aquella época Bird y los uyos no pasaban por una economía muy boyante), el trompetista, pelirrojo para más señas, acepta adentrarse en una gira con Parker por el proceloso Sur de los Estados Unidos. El posible problema racial de ver a un blanco como Rodney entre la población negra es resuelto por Parker de una forma tan genial como la de cualquiera de sus solos: presentar a Red Rodney como “Albino Red”, y obligarle a declamación de blues soterrado para toda la parroquia sureña.
Efectivamente éste es uno de los escasos momentos en que la tensión dramática se toma un respiro. Los demás episodios aportan al espectador unas claves para comprender el dilema personal que se le presentaba a Parker en su avatar diario: el amor, la pasión por una música por un lado, y el aspecto autodestructivo de la adicción a las drogas por otro, hecho éste que Eastwood, con total delicadeza, prefiere omitir en sus aspectos más morbosos. Nunca veremos una jeringuilla de más, sólo las consecuencias, los terribles efectos que provocaba en la vida de Bird. Tanto desde el punto de vista del aficionado al jazz, como cinéfilamente hablando, resulta conmovedora la escena en la que se recrea la famosa sesión de grabación de un espeluznante “Lover man” interpretado por Parker bajo los efectos adormecedores del caballo, y que termina con la rotura del cristal de la ventanilla de la cabina de grabación porque Parker ha lanzado contra él su saxo.
Frustraciones no sólo musicales, frustraciones no sólo personales, plasmadas genialmente por Eastwood en un plano apenas entrevisto: el fugaz y fracasado intento de Parker por conocer al compositor ruso Igor Stravinski a las mismísimas puertas de su mansión neoyorkina.
La supervisión de la banda sonora corre a cargo del fiel Lennie Niehaus , destacado saxo alto desde la década de los 50 y colaborador habitual de Eastwood. Para esta película, Niehaus aisló con tecnología digital los solos de saxo de Parker a los que agregó la intervención de destacados músicos modernos. “Acompañan” a Parker en esta nueva orquestación los pianistas Monty Alexander, Barry Harris y Walter Davis Jr., los trompetistas Jon Faddis y Red Rodney, el saxo alto Charles McPherson, bajistas como Ron Carter, Ray Brown o Chuck Berghofer, el vibrafonista Charlie Shoemaker, y el baterista John Guerin.
Y los temas musicales son los originales de Parker. Están todos, al menos los imprescindibles: Yardbird suite, Now’s the time, Parker’s mood... Otro de los momentos mágicos del film, que produce en la narración un inesperado tiempo muerto: Bird y Chan en el coche, la radio suena de fondo, en el justo instante en que la emisora programa la recién estrenada versión cantada que del tema “Parker’s mood” realizó en su momento el cantante King Pleasure. Oímos a Chan: lo odia. Parker, en cambio, simplemente escucha, escucha... Curioso, por otro lado, que fue Parker quien en realidad no tenía en muy buena estima la letra añadida a su canción.
El guión de Joel Olianski sobre Parker malvive olvidado en la Columbia hasta que llega a las manos de Eastwood. El tratamiento que Olianski propone sobre Parker revisita los últimos años de su vida. A partir de ahí, sucesivos viajes en el tiempo nos muestra un Charlie Parker infante y adolescente que da sus primeros pasos con un saxo en su ciudad natal de Kansas; los infructuosos intentos por darse a conocer en la gran ciudad. Mediante un juego de tiempo cinematográfico que indistintamente nos conduce del pasado al futuro o viceversa, asistimos a los momentos cruciales de su carrera: el auge de sus mejores y brillantes épocas en los clubes de la calle 52 o la caída a los infiernos de la droga en su etapa de Los Ángeles.
Vida de un pájaro
Parker en primera persona acapara todos y cada uno de las escenas de esta película. El “pájaro” respira por todos los poros de la misma. Eastwood se mantiene bastante fiel a la realidad de la vida de Parker, incluso tiene la habilidad de poner énfasis en algunos aspectos claves en la carrera del genial saxofonista negro: no es de extrañar, pues, que repita en más de una ocasión el plano del “platillo volador” en distintos momentos de la película, del cual hablaremos más adelante. Todo en el film tiende a servir al espectador para explicar, para proporcionar los por qués del comportamiento a veces sorpresivo de Parker, las claves, en definitiva, de una existencia tan azarosa, tan carácterística, como la suya.
Los capítulos ficticios, que los hay en la película, deben ser matizados. Ciertamente que no hubo un tal Buster Franklin que se mofase en los comienzos de la vida de Parker. Pero no es en absoluto irreal que, no uno, sino varios músicos pusieran en tela de juicio los valores musicales del “pájaro”. Así, cuando Parker fue miembro integrante de la orquesta de Jay McSahnn, tuvo que soportar toda clase de burlas por parte de sus compañeros acerca de su ya peculiar forma de tocar el saxo hasta que finalmente fue aceptado. El capítulo más sangrante, no obstante, llega en ese momento, recogido efectivamente por la película, en el cual el mítico baterista de la orquesta de Count Basie, Jo Jones, arroja uno de los platillos de la batería a la cabeza de Parker. Es verdad, la película no es fiel tampoco en ese sentido a la realidad: Eastwood tiene el detalle de que ese platillo no llegue a impactar en Parker, simplemente es arrojado cerca de su persona. Tampoco quiere el director poner nombre al percusionista.
Una preciosa historia de amor con Chan, la mujer de Parker, interpretada por una espléndida Diane Venora, jalona a lo largo de la película los momentos más íntimamente ligados a la vida sentimental de Parker. La trágica muerte de uno de sus hijos provoca una de sus constantes recaídas en el mundo de la heroína, y proporciona uno de los momentos más espeluznantes de la filmografía de Eastwood: las sucesivas llamadas de teléfono mediante las que un patético y destrozado por los narcóticos Parker apenas conseguía enviar un mensaje de telegrama a su mujer.
La música, al fin
Eastwood se reunió con dos de los músicos que mejor conocieron a Parker:: los trompetistas Red Rodney y sobre todo, el camarada de los años 40 e impulsor junto a Parker del nuevo estilo be bop, Dizzie Gillespie. De la mano de Rodney asistimos a uno de los pocos capítulos festivos en la película. A cambio de que Parker toque con su grupo en la celebración de una boda judía (por aquella época Bird y los uyos no pasaban por una economía muy boyante), el trompetista, pelirrojo para más señas, acepta adentrarse en una gira con Parker por el proceloso Sur de los Estados Unidos. El posible problema racial de ver a un blanco como Rodney entre la población negra es resuelto por Parker de una forma tan genial como la de cualquiera de sus solos: presentar a Red Rodney como “Albino Red”, y obligarle a declamación de blues soterrado para toda la parroquia sureña.
Efectivamente éste es uno de los escasos momentos en que la tensión dramática se toma un respiro. Los demás episodios aportan al espectador unas claves para comprender el dilema personal que se le presentaba a Parker en su avatar diario: el amor, la pasión por una música por un lado, y el aspecto autodestructivo de la adicción a las drogas por otro, hecho éste que Eastwood, con total delicadeza, prefiere omitir en sus aspectos más morbosos. Nunca veremos una jeringuilla de más, sólo las consecuencias, los terribles efectos que provocaba en la vida de Bird. Tanto desde el punto de vista del aficionado al jazz, como cinéfilamente hablando, resulta conmovedora la escena en la que se recrea la famosa sesión de grabación de un espeluznante “Lover man” interpretado por Parker bajo los efectos adormecedores del caballo, y que termina con la rotura del cristal de la ventanilla de la cabina de grabación porque Parker ha lanzado contra él su saxo.
Frustraciones no sólo musicales, frustraciones no sólo personales, plasmadas genialmente por Eastwood en un plano apenas entrevisto: el fugaz y fracasado intento de Parker por conocer al compositor ruso Igor Stravinski a las mismísimas puertas de su mansión neoyorkina.
La supervisión de la banda sonora corre a cargo del fiel Lennie Niehaus , destacado saxo alto desde la década de los 50 y colaborador habitual de Eastwood. Para esta película, Niehaus aisló con tecnología digital los solos de saxo de Parker a los que agregó la intervención de destacados músicos modernos. “Acompañan” a Parker en esta nueva orquestación los pianistas Monty Alexander, Barry Harris y Walter Davis Jr., los trompetistas Jon Faddis y Red Rodney, el saxo alto Charles McPherson, bajistas como Ron Carter, Ray Brown o Chuck Berghofer, el vibrafonista Charlie Shoemaker, y el baterista John Guerin.
Y los temas musicales son los originales de Parker. Están todos, al menos los imprescindibles: Yardbird suite, Now’s the time, Parker’s mood... Otro de los momentos mágicos del film, que produce en la narración un inesperado tiempo muerto: Bird y Chan en el coche, la radio suena de fondo, en el justo instante en que la emisora programa la recién estrenada versión cantada que del tema “Parker’s mood” realizó en su momento el cantante King Pleasure. Oímos a Chan: lo odia. Parker, en cambio, simplemente escucha, escucha... Curioso, por otro lado, que fue Parker quien en realidad no tenía en muy buena estima la letra añadida a su canción.
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