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Cine y Jazz

Wild man blues: un tipo corriente

Wild man blues: un tipo corriente

Wild man blues comienza y Woody Allen dice que hay millones de personas en el mundo a los que no les interesa el jazz y no digamos ya el Dixieland, lo toque él o lo toque Sidney Bechet. A los conciertos de la New Orleans Jazz Band en la que Woody Allen toca el clarinete, conciertos por Europa que recoge el documental Wild man blues, acude toda esa pléyade de gentes amantes del jazz Dixieland que (ejem) habrían ido igualmente a un concierto de Dixieland de no estar Woody Allen tocando el clarinete. ¿Verdad? ¿Alguien conocía de los que fueron al concierto de Madrid, que es el primero de los conciertos que enseña el film, alguien conocía el nombre de alguno de los músicos que acompañaban a Woody Allen? ¿Habrían pagado las 4.000 (24 euros actuales) pesetas que costaba asistir al concierto de no figurar Woody Allen en la lista de intérpretes? ¿Habríase llenado de 1700 localidades el aforo del local en caso de? ¿Habría costado 4000 antiguas pesetas el concierto en caso de? ¿Habría asistido el antiguo ministro José Barrionuevo al concierto de no haber cámaras que recogieran el evento en caso de? ¿Habríase hablado de un concierto de Dixieland en todos los noticiarios del país en caso de? ¿Van a ver jazz, van a ver a Woody o van a figurar?

 

Hombre, Woody Allen ya dice en el documental que él se afana en intentar que cada concierto de su banda (que en realidad dirige el banjo Eddie Davis, pero la fama, ya se sabe) sea cada vez más primitivo y menos fácil de digerir, pero claro, la fama de nuevo hará que todos le rían las gracias, aunque se aburran sobremanera en un concierto de Dixieland, que a lo mejor es el primero que contemplan en su vida. Tipo de espectador asistente al concierto, que ya definió tan acertadamente como de costumbre el mágico verbo de Olvido: yo/a, pequeño/a burgués/a acomodado/a de la nobleza urbana de la capital, yo/a, que te miro con orgullo por encima del hombro a ti, pequeño e insignificante mortal, yo/a, que voy a ir a un concierto de Woody Allen, al que tú ni siquiera conocerás, pero que también toca jazz, aparta, que llego tarde.

 

Quedan perfectamente retratado en la película este tipo de gentes que acude a ver un concierto de jazz: Oh, señor Allen (curioso el cambio de tratamiento con el resto de los mortales) es usted muy inteligente, muy inteligente, me encantan sus películas (¿¿!!!!)

 

Alleniana 

 

Me voy del tema. La película muestra también al Allen cotidiano. No le gusta la tortilla de patata. El alcalde de no sé qué ciudad italiana le parece un pesado. No le gusta que le hagan fotos a la entrada del hotel. Dice palabrotas y le gusta la cerveza. Luego está Venecia, París, Londres... Ahora sé que Letty Aronson, productora de alguna de sus películas, es su hermana. Ves al padre de Allen, al que vemos al final del film, y te explicas muchas de las aspectos autobiográficos de sus películas. No es una película Allen pero Allen actúa y hace de Allen. Tonto no es y lo sabe. Se está vendiendo, al fin y a la postre. Ya lo dice la señora aquella: es muy inteligente, muy muy inteligente.

Soon Yi le canta las cuarenta en alguna ocasión: “Diles a los músicos que ayer estuvieron muy bien, Woody”. A mí Soon Yi ni me va ni me viene. Prefiero a Diane Keaton, qué queréis que os diga. Annie Hall, Annie Hall. 

A Woody le agasajan con galardones y honores allá por donde pisa. Pregunta: ¿Hay algún director, joven o veterano, que levante las pasiones que levanta Allen en la película? Curioso que así ocurra con él, si tomamos el hecho de que mucha gente no ha visto sus películas o confiese abiertamente que no le gusta su estilo de cine.

 

La directora es una experta en documentales. Barbara Kopple. Creo, por lo visto en esta película, que es una visionaria y perfecta retratista de segundo plano, lo mejor que se le puede decir a un documentalista. Bueno, el estilo de Michael Moore es diametralmente opuesto, pero también me gusta.

 

Los padres del jazz

 

El repertorio jazz, para muchos desconocido, incluye composiciones clásicas del Dixieland primitivo. Allen toca el registro chalumeau del clarinete. Allen lleva más de 40 años dándole a la boquilla. No es un genio como en el cine pero es un aficionado competente, como tantos otros, pero es que éstos son desconocidos y no acaparan la atención de gente que te dice lo inteligente que eres. Él lleva la voz cantante, él presenta al grupo y las canciones. Como no puede ser de otra manera, ciertamente.

 

Los que de verdad saben son la banda que le acompaña, gente de las que Allen confiesa en la película que apenas recuerda el nombre a la hora de presentarlos en los conciertos. Wild man blues es un tema que inmortalizó para la posteridad Louis Armstrong. También lo son St. Louis Blues, Shine, You rascal you. Me gusta que cuando están en Italia pongan la música Amarcord, 8 ½ y otras películas de Fellini. Los nombres de la New Orleans Jazz Band: Dan Barret al trombón; Simon Wettenhall es el trompetista; Cynthia Sayer, la pianista, estupenda según Allen; Eddy Davis el banjo; Greg Cohen, el bajo; John Gill es el batería. Y alguien toca el clarinete.

Os los pasaréis bien con Wild man blues. Guste o no el jazz. Guste o no Woody Allen. Guste o no el Dixieland.

Los fabulosos Baker Boys: cuatro manos y una mujer

Los fabulosos Baker Boys: cuatro manos y una mujer

El mundo del jazz tiene sus estrellas y sus nombres sonoros, pero también tiene, y muchos, sus currantes. Hay un par de contrabajistas del bop, que son Curley Russell y Tommy Potter, que tocaron con Parker, que siempre quedaron en la sombra. Una mirada a los artistas secundarios no viene mal de vez en cuando, porque además se lo merecen. Y ahí entra de lleno la película de los fabulosos hermanos Baker. El color de rosa no se ve mucho en la película.

 

Dos hermanos que tocan el piano desde hace 15 años por todo Seattle, otrora en hoteles de lujo, necesitan un giro de 180 grados si desean seguir en la brecha de los clubs de noche. Lo saben y contratan a Michelle Pfeiffer, una rubia de buen ver que canta y que les sacará de apuros y de los clubs de noche. Hacia el hotel de lujo. El hermano Jack, Jeff Bridges, no tarda en caer en ella. El hermano Frank, Beau Bridges, no lo ve con buenos ojos. Y se monta el trío. Grosso modo. Y hasta ahí puedo leer.

 

Por cierto, Baker, un nombre emblemático del mundo del jazz, que supongo que tendrá algo que ver en el juego interno de los guiños del guión. El guión es del director, Steven Kloves. Luego hablo de él. Que tiene miga.

 

Tres eran tres 

 

Fumador (de americano), vividor y mujeriego. Desde que lo vi en La última sesión de Bogdanovich, Jeff Bridges es un actor que parece que nunca está, pero que cuando lo llaman, acude y cumple, como pocos, su cometido. Eficacia probada. De macarra.

 

Frágil, sensual, fumadora (de francés), rubia y amante de Ellignton. Michelle Pfeiffer está como siempre, o más aún, es decir, más que mona. Y más encima del piano cantando el Makin Whoopee, y encima en Nochevieja. Y a solas con Jeff Bridges. O más tarde el My funny Valentine. La Pfeiffer cuando se despedía ya de sus años mozos.

 

Y la antítesis. Como dos buenos hermanos, siempre hay uno calculador, cerebral, organizado y padre de familia. El otro. El hermano Beau, un actor que nunca está, porque aparte casi nunca lo llaman, pero que en la película te cae la mar de simpático.

 

Sydney Pollack es el productor. Y le da la oportunidad de debutar detrás de la cámara a un Steven Kloves de 29 años. Y lo que poco sabemos es que Steven Kovles lleva haciendo desde hace 6 años. Ser el guionista de algo llamado Harry Potter.

  

Jazz por encima de todo

 

Ya he dicho que los protagonistas son actores secundarios del jazz. Por lo tanto, si no tocan jazz, se ven obligados a tocar otras cosas, ya sea el Feelings o el Bali Hai. Que si no hay más remedio, toca adaptarse al público “selecto” del lugar. Para más INRI la acción se sitúa en el extremo más alejado de la realidad del jazz, Seattle.

 

Y ahora es cuando cuelo de rondón una realidad aquí en España y supongo que de más países. Ya menos, pero muchos se tienen que ganar el pan sin tocar jazz y acompañando a artistas pop y de triunfo fácil. Casi ná. Y eso a mí me molesta bastante.

 

Dave Grusin, músico y productor de jazz es el responsable de la banda sonora. Y quien dobla a Jeff Bridges en el piano. Y la verdad es que clava el ambiente jazzista. No en vano es productor y sabe de qué va la cosa. Los músicos suenan al buen aficionado. Ernie Watts es el saxo, por ejemplo. Brian Boomberg está al contrabajo. Aunque suena jazz, sólo se ve el mismo club de jazz en dos ocasiones. Y como el guión hace que a la Pfeiffer le guste Ellington, pues tenemos el gustazo de escuchar el Prelude to a kiss, o el Perdido. También suena Benny Goodman.

La película no será ninguna obra maestra, ni aparecerá en lista alguna de mejores filmes sobre nada, pero algo es seguro: no es mala película. Es simpática y a la vista resaltan sus encantos. Siempre nos quedará la Pfeiffer.

Una historia del Bronx: los chicos del barrio

Una historia del Bronx: los chicos del barrio

Éste artículo iba a ser de mis jácaras pero al final caes en que daba para ponerlo aquí. La cosa es que Una historia del Bronx no tiene una banda sonora totalmente de jazz pero sí tiene buena banda sonora con jazz. Robert de Niro estaba rodando últimamente, o ha rodado, o lo seguirá haciendo, su segunda película como director. Casi siempre hablo de memoria, como cuando comenté una vez fuera de este blog que Jodie Foster estaba rodando una película sobre Leni Riefenstahl. El caso es que Una historia del Bronx fue su primera película como director. Con su Tribeca al fondo. Con una maravillosa historia que empieza y termina como un cuento, uno de tantos de los muchos que se podrían contar, con arreglo a la voz en off de Calogero. El hijo de Robert de Niro.

A Robert De Niro, que conduce un autobús de línea por todo el Bronx, le gusta el jazz. Y lo pone cuando va con el autobús en el trabajo. A su hijo Calogero lo lleva de pasajero hasta el colegio y hasta su casa. En el autobús de Robert de Niro suben clientes blancos y clientes negros. Calogero pertenece a la rama italiana del barrio, y los amigos de Calogero no se llevan muy bien con los de la parte negra. En el barrio hay un gangster que interpreta Chazz Palminteri, que es el ejemplo a seguir de Calogero y sus amigos. El padre de Calogero, o sea, Robert de Niro, quiere que su hijo siga otro ejemplo y no el del gangster. Pero Calogero de niño es testigo de algo que comete Chazz Palminteri, que marcará su posterior vida y que le unirá casi con sangre a Chazz Palmienteri. Calogero adolescente, con el ambiente más caldeado con los negros del Bronx, e integrante del gang de Palminteri, conoce el amor interracial. 

Little Italy

De Niro se fija mucho en Scorsese. La consecuencia es lógica del actor y  amigo. Las escenas de violencia. El guión es de una obra de teatro de Palminteri. Palminteri hace de guardaespaldas de gangster que escribe obras de teatro en Balas sobre Broadway. Woody Allen se trepana él en sus películas, y a sus actores también. Palminteri dice que hay autobiografía en el guión. En la película hay más cosas aparte de lo que venga en el guión de Palminteri. Intuyes que sea de De Niro lo de la chica negra y el hijo, o que al padre le guste el jazz. Al hijo le aburre el jazz, o le da dolor de cabeza, le dice medio en broma a su padre. Choca ver que De Niro hace de “bueno”, y otro de malo. Tardó dos años en venir a España esta película, y todavía me lo estoy preguntando el por qué.

En el guión hay sentencias de las que no se olvidan: sólo hay tres amores en la vida; los tres grandes del boxeo, que son Joe Louis, Sugar Ray Robinson y Rocky Marciano. Hay otra frase que se repite también en Martín (H) de Aristaráin, que viene a decir que el talento no hay que malgastarlo. Todo eso se lo dice Palminteri a Calogero cuando lo tiene en el regazo de su banda.

Y cada vez que hay una película de italianos de Nueva York, te hace gracia ver a esos magníficos característicos italo-americanos que salen en todas las películas tipo. El niño que hace de Calogero niño es descendiente directo del gran Frank Capra. El colega Joe Pesci sólo sale en un momento que no puedo decir cuál. Sería pecado olvidar decir que Robert De Niro está inmenso. Y qué fue de Palminteri, no vayamos a echarlo a perder. La historia de amor de Calogero y la chica es para enmarcarla. Lo que se dicen y lo que se miran entre los dos, de llorar.

Jazz y más

El jazz que hay en Una historia del Bronx es el que escucha De Niro en el autobús. Suena John Coltrane, suena Donald Byrd, suena Bobby Watson y suena Miles. También Frank Sinatra y Tony Bennet. La ventaja es que es una historia de diez años. Y empezamos con éxitos pop de finales de los 50 y terminamos con los Beatles o las guitarras eléctricas. Ya he dicho que no era una banda sonora totalmente de jazz. Pero a nadie le amarga un dulce y escuchar I only have eyes for you por los Flamingos o en versión jazz por Gerry Niewood. Y puedes escuchar también a mis Impresssions, o a Dean Martin. O por el otro extremo, a Bob Dylan. Otis Redding, Cream o Moody Blues. La primera vez que Calogero ve a la chica negra en el autobús de su padre suena I only have eyes for you. El jazz que suena, suena en el momento justo.

La primera vez que vi Una historia del Bronx, me vino a la cabeza la única película de Charles Laughton, que no tiene nada que ver, en principio, con ésta. Y pensaba que ésta iba a ser la única película de Robert De Niro. Habrá que ver esta segunda que ha hecho o está haciendo. A mí ésta me pilló crecido, pero si tienes suerte y la ves a esas edades en que te marcan ciertas películas, Una historia del Bronx es de esas películas que te marcan para toda la vida.

Que tenía ganas de hablar de esta película. Será que me gustan todo lo que tenga voz en off.

Anatomía de un asesinato: la defensa del jazz

Anatomía de un asesinato: la defensa del jazz

Es posible hacer una película de juicios y que sea divertida. La frase no es mía sino de un blog en gallego que me he encontrado en google y que habla de la película. El mérito de Anatomía de un asesinato es que te lo hace pasar muy bien metidos en una sala de tribunales durante dos horas y media largas de cinta. Para ello Preminger cuenta con estos elementos: humor, James Stewart, Lee Remick, un juez cojonudo y la música de Duke Ellington.

Música que en ningún momento agobia, más que nunca puede llamársele como música incidental. Luego hablaremos de ella. La historia es bien sencilla: James Stewart es un abogado medio retirado que perdió el puesto de fiscal de un pequeño pueblo del estado de Michigan y que emplea más el tiempo en pescar y/o atrapar ranas y tocar el piano en forma de jazz que en otra cosa. Forma de tocar jazz, por cierto, sospechosamente parecida al estilo “dukal”. Un día le volverán a enfundar el disfraz de letrado cuando se pone en contacto con él Lee Remick, atractiva y descocada joven violada por un amigo del pueblo al que mata su marido, un joven militar encarnado por Ben Gazzara. La cuestión será salvar al soldado Gazzara.  

Preminger es de esos directores, como Truffaut o Godard, a los que les importa un huevo si se les ve en cuadro la sombra de la cámara. Algún purista seguro que argumenta que puede que tenga un estilo descuidado porque hasta se le note algún salto de cámara. Todo eso me la trae al fresco. Entre otras cosas, porque es mentira que Preminger no le dé la importancia justa a las formas. Se la da empezando por los títulos de crédito de Saul Bass. El cartel es genial y lo hizo el gran Saul Bass. Spike Lee lo homenajeó al hacer el de su película Clockers. Si me pongo fino, diré que Preminger hace arquitectura en cine. Mucho plano largo y, aunque haya montaje, la impresión de que haya planos-secuencia.

Todos somos Jimmy 

James Stewart el mismo año que hace Vértigo y en un papel tan diferente. Vacila mejor que De Niro. Huelga decir que es mi actor favorito. Y la mejor nuca de la historia del cine. Tiene la capacidad de, con un simple gesto, variar la índole dramática de una escena o viceversa. Aquí es el protagonista absoluto. Ya me gana que el personaje sea amante del jazz. Lee Remick le dice que es raro que a un abogado le guste esa música. Toca el piano, supuestamente doblado por Duke Ellington. O igual es Billy Strayhorn.

Cuando se rueda Anatomía, Perry Mason ya manejaba sagacidad para desenmascarar tribunales por los juzgados de la pequeña pantalla. Doce hombre sin piedad era de hacía dos años. La diferencia aquí es que Preminger introduce tiempos muertos en un juicio del que apenas restan momentos. Casi es un juicio en tiempo real, del que curiosamente lo único que no vemos son los alegatos finales de los letrados. Cosa rara por la fuerza dramática que suelen tener ese tipo de monólogos de juzgados en el cine. Ante la ausencia aquí, la paradoja de aquel legendario de James Stewart en Caballero sin espada.

Acierto de la película: como James Stewart ha estado dos días aislado pescando, y no se ha enterado de la violación de la chica y posterior muerte del asesinado, nosotros sabemos lo que él sabe, lo que averigua sobre la marcha. Todos comenzamos de cero. Total identificación con el personaje. Todos somos James Stewart.

Lee Remick está inmensa en su papel de mujer forzada, descocada, “alegre”, desinhibida y atractiva. George C. Scott se come por momentos la pantalla. El juez suplente porque el titular está enfermo, está genial, se intercambia cebos con James para cazar ranas y te da la confianza necesaria para creer de nuevo en la justicia. Y con Ben Gazzara no soy juez imparcial porque con el tiempo se convirtió en actor fetiche de John Cassavetes.  

La música invisible 

En 1959 habían pasado tres años desde que Ellington había ido al histórico Newport del 56. Corría un clima desfavorable para las Big Band después de la guerra. Basie había reducido su orquesta a octeto en varias ocasiones. Llegó para Duke el Festival de Newport del 56 y se obró el milagro. Para muchos era un Duke resucitado, para otros no había dejado de dar muestras de su poderío. Esta obra larga para cine era más que otra prueba de la magnanimidad del Duke a la hora de componer suites u obras de larga duración. Cosas como la Black Brown and Beige que las hacía ya 20 años atrás.

El leit motiv de la película es un tema típicamente “ellingtonia”. Uno se huele que hay mucho Strayhorn detrás de la génesis de la banda sonora. Hay un cameo de Duke de la película tocando con un quinteto reducido de su orquesta. Y frase. Decía que no agobiaba la música. Hay bastantes partes de la película sin música. Toda la parte del juicio, que es mucha. La hay en las transiciones, cuando Duke dobla a James Stewart al piano, en los créditos del principio y al final.

Preminger ya había tocado el jazz en otra película. Sin oírse tanto jazz, pero lo había tocado. En El hombre del brazo de oro, Frank Sinatra encarna a un músico heroinómano recién salido de la cárcel pero que no logra salir del túnel. Con el tiempo hizo una versión del Porgy and Bess de Gershwin.  

Anatomía de un asesinato termina con un agudo de la trompeta del especialista Cat Anderson. Anatomía de un asesinato es un fantástico drama judicial. Si oyes la banda sonora aparte, es una magnífica música de jazz “dukal”.

Todos dicen I love you: Makin' whoopee

Todos dicen I love you: Makin' whoopee

En realidad de Woody Allen  podrían traerse pues prácticamente todas las películas. No es la primera que analizamos, en su día ya hablamos de Acordes y desacuerdos. Y no será la última tampoco. Volverá. La que viene ahora, Todos dicen I love you. Pero más que por el jazz, viene por una razón: primero, para inaugurar el apartado de musicales, y después porque Todos dicen I love you es un musical. Un estupendo musical.  

El Woody Allen de los 90 se saca de la chistera de buenas a primeras la idea de un hermoso homenaje a los pequeños y grandes musicales de los años 30, 40 y hasta 50 del Hollywood dorado de las estrellas. Allen capta a la perfección el espíritu que impregnaba a todas y cada una de aquellas casi irreales películas de baile y canciones. Para ello, echa mano de las composiciones de gente como Cole Porter, Gus Khan, Richard Rodgers, composiciones (y coreografias) asociadas inevitablemente a los Fred Astaire, Ginger Rogers o Busby Berkeley, y los traslada a un NuevaYork actual. La película resulta ser un soplo de aire fresco y también para su trayectoria.

Hay un desafío interpretativo importante para los actores de la película: tener que ejercer casi por primera vez en sus carreras de improvisados cantantes. Y gente tan variopinta como Julia Roberts, Edward Norton, Alan Alda, Natalie Portman, Goldie Hawn o Tim Roth pasan con nota el trago. Y es que ninguno de ellos se libra de probar las lides del canto. El mismo Woody.

De todas formas, no podemos olvidar que detrás de este rendido homenaje al musical americano se encuentra nada menos que una comedia de clásico estilo 100% Allen, con momentos logradísimos y situaciones extraordinarias. Como muestra, que Woody se permita el gustazo de echarse como novia a la sin par Julia Roberts. Julia Roberts canta el All my life pensando en Woody. Con la tontería, igual es una de las comedias más sofisticadas que hay en su filmografía.

Luego están los personajes “Guadiana”, ésos que aparecen, desaparecen y vuelven a aparecer cuando uno menos se lo espera, personajes capaces por si solos de salvar con una línea de diálogo toda una película. Alan Alda está inconmensurable, una vez más, porque a la chita callando se convirtió en “chico Allen”. La familia de Alan Alda y Lukas Hass, el hijo neo fascista. Natalie Portman irresistible ya de adolescente. Edward Norton es un espléndido actor, de corte clásico y muy eficaz en todo tipo de papeles. Y tiene una voz muy simpática cantando. Goldie Hawn, una cómica innata.

Incluso los números musicales están tratados con cierta sorna y cariño, en especial el mágico baile final de Allen con Goldie Hawn a orillas del Sena, en un entrañable tributo a la pareja Fred Astaire-Ginger Rogers. Otro baile, con el que acaba la película, resulta todo un homenaje hecho con mucho cariño y admiración: bailarines que portan máscaras del inefable Groucho Marx mientras de fondo suena el tema Hooray for Captain Spaulding, nombre del personaje del propio Groucho en la película El conflicto de los Marx, de 1930.

El responsable de los arreglos musicales es otra vez Dick Hyman. Como en casi todas sus películas. Dick Hyman es un pianista estilo swing, pero que entre otras cosas tiene grabaciones con Charlie Parker. El veterano músico se las apaña para orquestar temas que hemos oído miles de veces, tanto en Broadway como en versiones de jazz: Just you, just me; My baby just cares for me; Makin’ whoopee; I’m thru with love; If I had you; I can’t believe that you’re in love with me; What a little moonligth can do; Chinatown, my Chinatown…

Pura comedia, puro musical. Puro Woody Allen.

Good night and good luck: el espíritu de la libertad

Good night and good luck: el espíritu de la libertad

Hablo de Good night and good luck porque la música que hay es música de jazz. En concreto  el jazz que hay es de altura: Dianne Reeves, la cantante negra heredera, junto a Nancy Wilson y unas pocas más, del espíritu de las grandes de verdad. En sí, no es una película de jazz, pero si alguna música tenía que tener, tenía que ser de jazz. Primero, porque es una película en B/N; segundo, porque la dirige George Clooney, que es un tipo inteligente; y tercero, porque debe tener además de sangre, buena música en sus venas, el sobrino de Rosemary Clooney, quizá tampoco la cantante por excelencia del jazz más ortodoxo.

Le corre también por las venas espíritu de periodista. De padre periodista, Clooney echa mano de lo que le contaron para firmar el guión de Good night and good luck, todo un alegato a favor de la libertad de expresión, de la libertad de prensa, de la tolerancia y la justicia. El año es 1953. La historia se centra en la figura de Edward R. Murrow, periodista televisivo que el programa "See it Now," de la cadena norteamericana CBS. Su amigo y productor es Clooney, en el papel de Fred Friendly. Para que nos hagamos una idea, Murrow le da un repaso a lo que ha sido el día mediante unos comentarios breves pero directos. Sobre cualquier tema, incuso sobre las andanzas del todopoderoso McCarthy, el senador que sólo veía fantasmas en forma de comunistas allá donde ponía el ojo. Ahí tenemos el conflicto de la película. McCarthy verá cómo en los albores de la televisión, la televisión comienza a convertirse en algo más que en un entretenimiento de masas. La televisión como medio de crear opinión, de fiscalizar la acción del poder. El azote de Murdock.

Grant Heslov es el otro guionista de la película. También actúa en el film. Clooney llevaba en mente varios años el trasladar una idea que le rondaba por la cabeza sobre el mundo del periodismo y la televisión. Se decidió por Murdock, por ambientarla en los años 50, por el tema del “mcCarthysmo”. Clooney confiesa su admiración por actos como el que protagonizó Murdock. También es cierto que hay que esperar quizá a que el status de estrella de Hollywood te permita llevar a cabo proyectos como éste.  

A Murdock lo encarna genialmente David Strathairn, un actor al que se le tenía entre olvidado y postergado. Robert Downey Jr., que poco a poco va recuperándose como actor, Ray Wise, excelente en su papel de periodista perseguido. Una de las virtudes de Good night and good luck es su falta de pretensiones. Minimalista, amarga, intimista, Clooney le dota a la película de la ambientación perfecta. Insisto en ese exquisito blanco y negro. La acción, desarrollada prácticamente por entero en interiores representativos de la CBS, tiene cierto carácter teatral, es cierto, pero yo creo que muy pensado por Clooney. Por otra parte, ahí es donde Clooney quiere dar el callo: penetrar en el corazón de una forma de hacer periodismo, mostrar el día a día, el noche a noche de un quehacer precioso desde dentro, como es el periodismo, mostrar los claros, las sombras, los entresijos de una profesión siempre expuesta a maniobras orquestadas en la oscuridad. 

Dianne Reeves. Una de las pocas grandes reales que existen en el panorama jazzero actual. Su voz cálida y cristalina sabe leer el swing de los temas, todas baladas, o interpretadas a tempo de balada. Dianne Reeves es una de las grandes actuales y de lejos. Para ser cantante de jazz o aspirarlo, hay que cantar como lo hace ella. Unos cuantos nombres más y se cierra casi el círculo: Nancy Wilson, Dee Dee Bridgewater, Cassandra Wilson. A Dianne le acompañan: Max Catinbug, un saxo tenor que no conocía, pero que lo hace muy bien. Peter Martin, que lleva siendo uno de los mejores acompañantes de los últimos 15 años al piano. Chris Lutty y Robert Hurst, que también tienen su nombre consolidado al contrabajo. Y Jeff Hamilton que, entre otras cosas, ha acompañado a Diana Krall a la batería, y se le oye bien, sobre todo cuando “obliga” desde su batería a que Diana Krall toque jazz de verdad (concierto de París de 2001) Me quedo con el How high the moon que canta Dianne Reeves. El acierto es cuándo pone las canciones Clooney, el momento y la situación, entremezcladas aquellas con instantes de transición y de relax a lo largo de la historia. Un comentario nada subrayado ni enfatizado que acompaña en breves intervalos, como susurrando, a la historia.  

Gran película ésta.

Cotton Club: la jungla en armas

Cotton Club: la jungla en armas

Cotton Club. Ese maravilloso encargo que no dudó en aceptar Francis Ford Coppola en el año 1984. De grandes encargos se nutre el cine, verbi gratia Casablanca. Coppola venía de quedar en la ruina tras Corazonada, y de rodar dos de sus más personales películas, como Rebeldes y La ley de la calle, con las que recupera el crédito perdido. Y cuando le llega la historia de Cotton Club, se encuentra con un material narrativo con el que está familiarizado. Porque Cotton Club va de mafia rodeada de jazz. O de jazz rodeado de mafia. La combinación es impecable. El cóctel, explosivo. El mundo “gangsteril” mecenas de la noche jazzista, tapaderas de negocios ocultos, transgresor de la ley y el orden cuando los gatos se tornan pardos.

Richard Gere es un apuesto trompetista que busca el salto de calidad. Qué mejor lugar que el Cotton Club. En su camino se interpone la fortuna en forma de gangster. Salvar la vida a un capo de la mafia, interpretado por James Remar, le rendirá unos inopinados frutos. Paralela a su historia se encuentra la de Gregory Hines, bailarín con las mismas pretensiones del éxito y la fama. Y luego surge la bella Diane Lane, atractiva y ambiciosa joven de quien se enamora fácil y rápidamente nuestro trompetista Gere. Un detalle termina por “arreglar” el conflicto de la película: la Bella Lane es la novia del Bestia Remar.

Richard Gere cumple.

Diane Lane rebosa de erotismo y sensualidad.

El gran y arrinconado Bob Hoskins, en el papel de dueño del club bien relacionado con la alta sociedad del hampa.

Excelente reparto: Bob Hoskins, James Remar, Nicholas Cage, Fred Gwyne. Muy buenos característicos. Incluso Tom Waits.

Por el Cotton Club se dan una vuelta unos imaginarios Chaplin, Gloria Swanson, James Cagney. Asiduos de la época. Y, codo con codo, Lucky Luciano.

Hay escenas de una desaforada violencia en Cotton Club. En especial la que tiene lugar en esa especie de arrebatado y furibundo éxtasis por el crimen que le asalta en un apartado del club. El guión lo firman Coppola y William Kennedy, pero también metió mano Mario Puzo.

Pega que la película la hubiera hecho Clint Eastwood. Jazz y gangsters, al fin y al cabo. Hubiera estado bien.

Cuando Gregory Hines entra por primera vez en el club y se encuentran de bruces con Duke Ellington en persona. Ellington era ya, a finales de los años 20, el rey de las noches del Harlem, un icono para la gente negra afro-americana. Cotton Club respira Ellington por los cuatro costados. The Mooche, Creole love call, el Mood indigo. El sonido jungle, los bailes exóticos... Cab Calloway también suena. The hi de ho man. El otro rey del Club del Algodón. Había oído que Richard Gere en la película tocaba la trompeta. No es cierto. Los solos de trompeta son de un sólido sección del instrumento, Lew Soloff. Y si no suena música de la época, lo que se oye lo ha compuesto John Barry, buena aportación al espíritu Cotton Club.

Hay muy buenos números de claqué, o de tap. Gregory Hines no necesitó para bailar un doble cuerpo. En la película protagoniza unos estupendos bailes con su hermano real, Maurice, a la sazón hermano de ficción en el film. Hines era un magnífico bailarín. Murió en 2003. Hay una emotiva escena en la película de los dos hermanos.

Cotton Club, en el sentido de la recreación de una música, de un club, de una época, de un tipo de vida nocturno, resulta perfecta. En suma dos horas lagas de muy buen entretenimiento desde todos los ángulos.

Ascensor para el cadalso: la muerte en directo

Ascensor para el cadalso: la muerte en directo

Dicen que para ponerle música a Ascensor para el cadalso, Louis Malle le proyectó a Miles Davis la película, ya rodada, en un pase privado, para que el trompetista de las tinieblas se hiciera cargo de la banda sonora de la misma. Posteriormente, Miles se mete en un estudio para crear la música sobre la marcha. No sé si todo esto formará parte de la leyenda, que como toda leyenda puede tener bastante de realidad, pero por lo menos la idea queda bonita. Miles hizo una maravilla con su partitura, la película se benefició de otra gran aportación jazzística al cine y todos tan contentos. Louis Malle, el primero, ese extraordinario cineasta francés y formidable amante del jazz. Año 1957.

 

Ascensor para el cadalso no es una película de jazz. Pero. Como si lo fuese en espíritu. Primero porque así lo querría seguramente el director. Luego porque Miles la tamiza en forma de balada, en forma de sordina. La tiene, esa atmósfera. Y si a eso le sumamos Jeanne Moreau, que tiene casi el mejor papel de su filmografía y que está más guapa que nunca y que además era buena actriz; y que el argumento, con todos los maravillosos clichés del género (pareja de amantes que planea la muerte del marido de ella), está a la altura del mejor cine negro americano. Y que Malle, recién terminado su doctorado en Cahiers du Cinema, echa mano de su cinefilia para hacer su primera película (Perdición, rubias fatales...) en un blanco y negro de los gloriosos; pues todo sumado da como resultado una de las mejores trabazones que de cine y jazz háyanse conseguido en la noche de los tiempos. Amén de que el film cuenta con uno de los títulos más lúcidos y atinados de los 110 años largos ya de la existencia del cinematógrafo.

 

Miles de gira por Europa. Malle, que se entera. Malle que le llama, que le cuenta. Miles que acepta. Elige al cuarteto del pianista René Urtrager. Urtrager al piano, Barney Wilen al saxo tenor, Pierre Michelot al contrabajo, todos ellos franceses y el emigrado Kenny Clarke a la batería. En Europa, lo mejor de lo más. Sin más. Miles conoce pues la película, le echa un vistazo al guión y se pone a trabajar. Por bloques.Y a improvisar. Nuit sur les Champs-Elysees, Le Petit Bal, Generique, Florence sur les Champs-Elysees, Au Bar du Petit Bac, Assassinat, Final, L’Assassinat de Carala, Chez le Photographe du Motel, Sequence Voiture, Sur L’Autoroute, Motel (Diner au Motel) El grupo existió sólo para la grabación, para una actuación anterior en el Olimpia de París y para otra posterior en Ámsterdam. Lástima.

Suena a tópico, pero la trompeta de Miles es un personaje más. Los arreglos para el quinteto son exquisitos; cómo suena esa sordina cuando tiene que sonar; qué grande era este Barney Wilen; qué buenos y sólidos los músicos franceses, desde siempre. Y ahí está Kenny Clarke en su exilio parisino, en ese elevadísimo segundo plano desde la batería. Y cuántas veces te vuelve la melodía de la película, después y nada más de acabar de verla.