Las relaciones peligrosas: por qué le llaman amor
Quería verme Las relaciones peligrosas porque sabía que en esta película francesa de 1959 había jazz. Y así, cuando los preciosos títulos de crédito del comienzo, en seguida identificas los acordes disonantes del piano de Thelonious Monk. Había más, aunque lo que más suene sean los iconoclastas temas del pianista iconoclasta. Suenan los Jazz Messengers, en la película salen Barney Wilen, Duke Jordan y también Kenny Clarke, que ya vivía por entonces musicalmente exiliado en el país galo. De oídas tenía sabido que era una adaptación muy libre del clásico de la literatura europea Les liasions dangereuses de Chordelos de Laclos, el mismo que fue llevado al cine casi en el mismo año por Milos Forman y Stephen Frears. Y sí, después de vista es una versión bastante libre, las amistades se desarrollan en el siglo XX, pero sin dejar de ser entre gentes de la alta burguesía. Lo cual no me molesta ni le quita interés a la historia. Sigue habiendo un Valmont, aunque hay alguna licencia de cambio en el guión de Roger Vadim, a la sazón el director.
Gérard Philipe es Valmont; la que en el libro es la marquesa amante de Valmont es aquí Jeanne Moreau, la esposa de Valmont. Entre los dos hay un juego muy libre de amores y aventuras de lo más consentido. Cualquiera de los dos propone y el otro dispone. Hasta que llega un momento en que el conflicto aparece. Los amores de una jovencita y una mujer madura llevarán al extremo los que a priori sólo eran entretenidos juegos de cama.
En mitad de todo eso suena jazz. El jazz de Monk, el saxo de Charlie Rouse, las composiciones enigmáticas del pianista norteamericano. Suena jazz en las reuniones sociales del círculo de amigos de la pareja protagonista. En los clubes, filmados algo tópicamente, de París. Roger Vadim eligió jazz para ambientar el mundo snob de los burgueses de la Francia que existía en los años 50. Como en tantas ocasiones, unas más acertadas, otras no tanto, el jazz sirve para darle color, intelectualidad o nivel a una película.
El interés de la película digamos que decae como lo suelen hacer las películas que en su época nacen con pretensiones de modernidad. Vadim no es el director que todo cinéfilo tendría en mente para decir cuál es el director de la sensualidad, a pesar de los ejemplos de películas como Y Dios creó a la mujer o la invención del mito de Brigitte Bardot. No era un director muy dotado que digamos, pero Las relaciones peligrosas llega a interesar lo mínimo para seguir la trama del amor por doquier que se inventan los dos protagonistas. No entraré en juzgar comparándola con las dos versiones más conocidas de finales de los 80. Creo que no tienen nada que ver, en cuanto a historia y en cuanto a época, y no me refiero al cambio de ambientación histórica de siglo. Son otros tiempos, los lejanos años 50.
Curiosidades: en un papel secundario aparece Boris Vian, el gurú del bon vivant francés, jazzman y poeta, escritor y sinvergüenza de los buenos. Y actor.
He hablado de la visión que del jazz se deduce en el cine. Aquí, aunque sea para dar esa imagen depravada y prohibida de las consecuencias malignas del jazz, suena. Como en la escena que provocará el clímax de la película (profusión de batería a tutiplén y tempo furioso) Lo que prevalece ante todo es el jazz de Monk. A raudales. Luego alguna intervención de los Messengers de Art Blakey, por esa época en gira en Europa, dicho sea de paso. Y las intervenciones in situ de Duke Jordan al piano, Barney Wilen en el saxo y Kenny Clarke en la batería en la escena de marras. Los demás sólo son disco. A Monk lo usan sobre todo para crear esa imagen de semi-caos sentimental en que se desarrolla la historia, para crear el clima propio de lo snob y lo burgués.
Ah, y Jeanne Moreau. Creo que ya dije de ella en Ascensor para el cadalso, de Louis Malle. Para que me entendáis, ella es la Glenn Close de la de Stephen Frears. Y cada vez que mira, cada vez que se come al actor que tiene en frente, es una ocasión que ni pintada para olvidarme si estoy viendo o no una buena o mala película. Me importa más ella sobre todas las cosas. Ya si me acompaña Monk y su jazz de rompe y rasga, miel sobre hojuelas. Aunque supongo que para vosotras la miel será Valmont, o sea Gérard Philipe.
1 comentario
Olvido -