Todas las canciones hablan de mí: Crónica de un desamor
(Recupero de nuevo el trajín del blog. Lo siento, ha pasado demasiado tiempo, pero esta tarde he visto esta película y me he encontrado un nombre conocido en la banda sonora).
Todas las canciones hablan de mí tiene un director que con el tiempo hará magníficas películas. Jonás Trueba (olvídense del apellido, por favor) ha dirigido un ensayo fílmico que cuenta con bastantes imperfecciones y tiempos muertos, pero a cambio de ello no le sobra nada. Es la película que quería hacer. Le ha salido tal cual. Tiene unas influencias harto elocuentes (Truffaut, Rohmer y Demy) de la forma de hacer cine francés, influencias que me gusta observar en la película; y a pesar de que el cartel recuerda a Manhattan, la influencia de Woody Allen, que la hay, es menor que la de Francia. Tiene una banda sonora excelente, con Perico Sambeat y el jazz. Tiene un final emocionante, diferente, con también alguna influencia de Billy Wilder, creo. En Francia habrían hecho un musical de esta película. Pero aquí viene porque en ella suena jazz, Bill Evans y el buen hacer de Sambeat. Amén hay canciones de amor (Battiato, verbi gratia).
Oriol Vila y Bárbara Lennie acaban de cortar pero Oriol Vila no se olvida de ella, como no haríamos ninguno con dos dedos de frente. Es lo primero que vemos, él y ella habiendo roto en una cafetería, como amigos. En casi todas las películas románticas las parejas están enamoradas o en vías de. En el transcurso de esas películas también pueden romper, pero lo que pasa aquí es que han roto y a pesar de eso se siguen viendo. No es como en las películas americanas donde siempre quieren dar una ñoña y estúpida vuelta de tuerca al típico “chico busca chica”. Aquí se muestra el lado oscuro del corazón abatido (al protagonista no le gustan los lugares comunes ni los tópicos en el amor y a pesar de eso sigue cayendo en ellos). Se muestra el desamor después de muerto aquél. Oriol Vila, o Ramiro Lastra en la película, un joven librero que trabaja en la tienda de su tío, se ve con su ex, pero también con otras ex o pretendientes a ex. Ramiro vine en la contradicción, en el recuerdo, en el interin entre lo que pasó y lo que está por llegar. De alguna de esas cosas hablan las canciones que suenan en la película.
Jonás Trueba (olvídense del apellido) se hace invisible en la película. Tiene mérito que un director novel lo consiga ya en su primera cinta. Sin dejar de que se note en ningún momento su sello. No faltan frases afectadas, un tanto pomposas y sentenciosas. Primeros planos recurrentes, frecuentes. Algún ejercicio de estilo. O las influencias francesas. No quiere decir ello que canten en todo momento. Algunos instantes (la relación Vila-Lennie, sus diálogos) lo exigen y lo requieren. Y en otros muchos da la sensación de que nos están contando la película sin luces ni taquígrafos, de que más que lo que vemos supiéramos lo que pasa por la mente de los personajes. Una película que no veríamos en un primer montaje.
La banda sonora, además, no supone un uso indiscriminado ni embriagador de canciones, sino más bien lo contrario. Algunas se integran perfectamente en la acción y otras ni te enteras de que adquieren el protagonismo justo. Mención especial para la partitura de Perico Sambeat, el saxofonista valenciano. Evidentemente, con el título que lleva la película, la banda sonora juega un papel importante. Y Sambeat compone una música con reminiscencias a lo Bebo Valdés y el piano se inmiscuye en varios momentos acentuando los silencios, dotándolos de una significación extra. Un trabajo diferente al que nos tiene acostumbrado Perico pero perfecto para el objetivo cinematográfico.
Y apunten el final de la película, en el cual la música (piano, bajo y batería) tiene una más que relevante actuación. Formal, estética y cinematográficamente hablando, buen final. Ahí, en esas ocasiones es donde se vislumbran las esperanzas de un futuro cinematográfico.
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