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Cine y Jazz

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El perseguidor: Cuando Johnny se llamó Juan

El perseguidor: Cuando Johnny se llamó Juan

No me convencen demasiado las adaptaciones que para el cine se han hecho de la obra de Cortázar o su figura. Excepción, el documental Cortázar, de Tristán Bauer o la denostadísima Blow Up de Antonioni. La última decepción, sin ser una decepción total, ha sido El perseguidor, la versión cinematográfica que dirigió en 1965 el director Osías Wilenski de la genial obra del gran Julio. La acción se traslada a Argentina, Johnny no es Johnny, sino Juan, a pesar de que en la película sus amigos le llaman Johnny. La película se llama igual que el cuento largo de Cortázar pero no llega ni muchísimos menos a la altura del original. Si empezamos por las formas, hasta puede calificarse un poco de pobreza visual.

El argumento sigue a grandes rasgos a Cortázar, es fiel al espíritu, de hecho. Claro, si nos olvidamos de que en lugar de un negro es Juan, y en lugar de un Nueva York es Buenos Aires la nuit. Ambiente bohemio en el que se mueve nuestro Juan, universo de sexo y drogas mitigado por las épocas de los 60 y censoras y un poquito plasta el ritmo. No destaca ningún personaje, porque en la película lo que le pasa a Juan no es ni de lejos lo que llega a interesarme el Johnny de papel. Si se me apura, algo tópico, como en otras tantas ocasiones, la visión del mundo del jazz. Ya se sabe, Juan (Johnny) es un saxofonista que cuesta abajo flirtea con drogas, noches, sexos y peligros adyacentes. Si el libro parece una sempiterna y subyugadora voz en off, en la pantalla la cosa corre peligro de convertirse en pestiño.

La música de Rubén Barbieri y el saxo de su hermano Gato Barbieri, que es quien suena en la banda sonora de fondo y cuando parece que toca su saxo el protagonista, tampoco es para echar cohetes. Saxo al servicio del cine, poco que ver con el estilo Barbieri a lo Coltrane. Con lo cual, casi cabe decir escuchen a Barbieri en disco y lean El perseguidor. Ya lo dijo el viejo chiste de las ovejas: me gustó más el libro.

Viudas del jazz: amor entre metales y maderas

Viudas del jazz: amor entre metales y maderas

No entiendo el título en castellano de Orchestra Wives. Porque en la película mal llamada Viudas del jazz no hay ninguna viuda. Lo que la película quiere contar son las relaciones e historias consecuentes de las mujeres, novias, queridas o amantes de los miembros de una orquesta de jazz, por cierto que si en la película se llama orquesta de Gene Morrison, en realidad se trata de la orquesta de Glenn Miller, los cuales todos ellos participan en la película. Cuestión por la cual viene esta película al blog. Glenn Miller, jazz y aunque no sea más que soft jazz lo que el director afamado de big band mandaba tocara  sus chicos.

Dejamos aparte el dichoso y engañoso título. La película cuenta los avatares de las rubias y morenas chicas de la orquesta no tan ficticia, por ser tal real. Trucamos de nombres y de Miller pasa a ser Morrison. El director, Archie L. Mayo, autor de tantas y variadas películas de estilos más variados aún.  Eficaz, como siempre, vale para un siete, un descosido y para lo que le echen. La película en sí, no llega a ser ramplona, sino correcta. Historia inocua, ingenua y blanca. Orquesta de blancos para un jazz soft. Las chicas de la orquesta, muy monas. En la orquesta toca el piano un César Romero galán de la época en B/N. En cuestiones interpretativas, poco más que decir, menos comentar. Flojita la cosa. La historia se ve, incluso se deja ver, que ya es mucho para una trama tan sosica. No da para más.

Argumentalmente no pasa de los tejemanejes de novias, músicos, esposas, vodevilescos e interesados embrollos sentimentales y demás convivencias que el on the road de una orquesta provoca en esas relaciones conyugales. El guionista no se rompió mucho la cabeza.

Los temas musicales son clásicos de Miller en la piel de Morrison. Dicho sea de paso, Miller lo hacía mejor dirigiendo (orquestas) que actuando (en películas). Tiene un par de frases, quizá tres. Miller a tus zapatos. Los temas. Chatanooga choo choo, Serenade in blue, At last. Estilo tan trivial como el de bastantes de las composiciones de Miller. Tex Beneke, a veces, como cuando Miller le daba solos de sus arreglos. Es el saxo y voz de la banda. Hay algún tema cantado con gracia de la época (algo cursi pero efectiva) por parte de los Mordenaires. De aledaño al jazz, los Nicholas Brothers, un par de bailarines negros que no lo hacían nada mal, tiene un air dancing bastante majo.

Así pues, el jazz también tiene cabida en películas menores, incluso casi olvidables. El interés, Miller, rubias y poco más. Poquico más.

Un día volveré: amor con jazz

Un día volveré: amor con jazz

Hace siglos que abandoné el blog. Pido perdón si ha lugar, etc, etc. La culpa última de desempolvarlo la tiene Paul Newman. El puñetero tuvo a bien dejarnos la semana que me vi una de las películas que todavía no había visto de él. Y confieso que no he visto tampoco El largo y cálido verano (¿o sí?, pero hace tanto tiempo) o Dulce pájaro de juventud. Pero la película me devuelve al blog hoy se llama Un día volveré, o Paris blues, que es como la pensaron en América, una película sobre amor y jazz hechos en París por músicos americanos que se lo pasaban de puta madre en Europa por ésas y más razones.

Paul Newman es un trombonista que forma un grupo de exiliados americanos con Sidney Poitier, que toca el saxo tenor. Un día conocen a dos turistas compatriotas, una morena y una rubia. La rubia es Joanne Woodward y se enamora de Paul Newman. La morena, de Poitier. Y ahí se desata la cosa. Amor con jazz.

En Paris blues sale Louis Armstrong. Bueno, sale Wild Man Moore, un trompetista negro de gira por la ciudad de la luz. Tiene un par de intervenciones, en especial un encuentro con el que le tocara el trombón a Paul Newman. La verdad es que la película, sin ser ninguna maravilla y salpicada con algún que otro cliché típico de la visión del jazz en el cine, me recuerda en algo al jazz de Spike Lee en Mo better blues. Otro blues. ¿Vería Lee, hijo del contrabajista Bill Lee, Paris blues?

Sale Joanne Woodward, guapísima ya esposa de Paul. Sale Poitier, contrapunto de Paul en París con la respectiva novia morena. Y también sale algún lugar común en el amor de París. La ciudad de la luz en B/N. Y Duke.

En mi otro blog puse el otro día una fotografía que tenía de hace años de una enciclopedia de música. Por entonces desconocía que se tratara de una foto del set de rodaje de ninguna película. Ahora ato los cabos. Duke Ellington es el autor de la banda sonora de Paris blues. Louis ya se sabe que toca la trompeta estilo Wild Man Moore. Paul hacía que tocaba el trombón.

Duke compone una banda sonora a su medida, a la manera de las típicas suites orquestales que grabó durante toda su carrera. Repite como autor de la música de película, dos años después de la genial que compuso para Anatomía de un asesinato. Me gustaría saber el trombonista de la banda que dobló el trombón de Paul. Y el saxo de Poitier. El contrabajo no se lo tocaba nadie a Guy Pedersen, músico francés que interviene en la película en el grupo de Paul Newman.

La película se tenía que llamar así, porque yo también tenía que volver algún día aquí. Casualidad, premonición. Puto azar. De cualquier modo era un buen momento para volver a hablar sobre cine y sobre jazz aquí, ahora que se ha muerto Paul Newman. Ese buscavidas de ojos azules que en Paris blues hacía que tocaba el trombón.

Pete Kelly's Blues: carreteras secundarias

Pete Kelly's Blues: carreteras secundarias

Casi no me acuerdo de Pete Kelly’s blues. Del argumento no me acuerdo, pero era algo de gangters y jazz, en plan serie b de los años 50. No es lo que más importa, de hecho. En toda serie B lo que cuentan son las ganas. Había jazz, porque los protagonistas son un grupo de jazz de los de carretera y manta. Ya digo que no me acuerdo cómo se conectaban con la mafia, pero supongo que tenía que ver con la noche y las mujeres. Ahí leeréis el argumento.

 

Por lo que sí recuerdo Pete Kelly’s blues es por dos cosas. Una, que en una de esas noches de carretera y manta, los integrantes de la banda se la pasan cantando Bye Bye Blackbird como si fuera la canción más heavy del jazz en plan juerga nocturna. La otra cosa por la que recuerdo la película tiene nombre, apellidos y presencia: Ella Fitzgerald.

 

Ella Fitzgerald sale cantando en el club de jazz que regenta. Tiene líneas de diálogo. Y ciertamente que Ella tenía una presencia, más allá de la rotundidad de sus formas, que a uno le acaban por convencer. También está su socarronería en forma de media sonrisa, la misma media sonrisa que tiene en la carátula de este disco junto a su amigo Louis Armstrong.

 

El director era director y protagonista, Jack Webb. No se conocen grandes logros por parte de este buen hombre que pronto se pasaría a la televisión. Sí que suenan estos nombres: Lee Marvin, Edmond O’Brien, Peggy Lee. Jayne Mansfield en un pequeño papel.  Y para el aficionado al jazz tienen que sonar otros, como Herb Ellis o Nick Fatool, con diálogos incluso en la película.

 

La voz cantante la llevan Peggy Lee y Ella Fitzgerald. La banda la forman gente competente del jazz de la época: Joe Venutti, Maty Malnock, Don Abney, Teddy Buckner, gente que ora grababa discos de jazz en la West Coast como también se metían en un estudio para grabar bandas sonoras en las orquestas de las grandes compañías. Aunque no fueran de jazz.

Pero la película se ve con todo agrado. Ya sea por el ambiente que se crea cuando la noche se emparenta al jazz, por esa atmósfera de serie B, por la carretera y manta, por los gangsters o por ver un momento a Jayne Mansfield. En ese momento ésa es tu película y nadie te la puede arrebatar. Ésta es una de esas películas de las que uno tiene que erigirse en guardián. Por el bien del cine B, por el bien de los olvidados del cine, por el bien de una noche en un club de jazz. Porque nadie se acuerda de películas como éstas.

Rebeldes del swing: Jazz über alles

Rebeldes del swing: Jazz über alles

Alemania, primeros años 30. Hitler fascina a casi todos los alemanes y el jazz a unos pocos chavales imberbes. A estos chavales imberbes les gusta escuchar a Benny Goodman, a Duke Ellington y a Django Reinhardt. Lo malo es que a los que les fascina Hitler y al mismo Hitler no le gustan ni los judíos, ni los negros ni tampoco los gitanos. ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? ¿No les gusta el jazz o no les gusta el jazz porque lo inventaron los negros y lo tocaban blancos judíos o gitanos?

Son tres amigos adolescentes los que se pasan como pueden los discos del vinilo prohibido. Robert Sean Leonard, Christian Bale y Frank Whaley. Unidos por el jazz, Alemania les tiene preparado un futuro de raza aria y blanca en las Juventudes hitlerianas. Lo cual no será óbice para que crezcan a hurtadillas entre la libertad del ritmo sincopado del swing y las grandes orquestas, verdaderos vientos de libertad procedentes de Norteamérica. Los rebeldes y el swing.

Adiós, inocencia, adiós 

Pues es una historia cierta y verdadera. Estos swing kids existieron. Se trató de un movimiento más o menos contestatario, más o menos subversivo (todo lo que les dejaba la aplastante e intolerante apisonadora nazi) que se concentró en la ciudad alemana de Hamburgo.  Los rebeldes se dejaban pelo largo, eran anglófilos perdidos, llevaban bombín y sacaban el paraguas aun cuando hubiera días de sol.

Pero uno de esos días llega el momento en que el hombre tiene que empezar a ser hombre: las juventudes hitlerianas llaman a sus puertas. Dos de los tres amigos (Leonard y Bale) se alistan. El tercero nunca podría ser un joven de Hitler: el tercer amigo es un lisiado, cojea de una pierna y eso, amigo, está mal visto en el reino de los arios perfectos. Lo pasará mal este chico. Las características de este tercer personaje es un hermoso homenaje a Django Reinhardt. Django Reinhardt es el ídolo del personaje lisiado y a Django se enmraca dentro de la categoría de lisiados varios: los dedos mutilados de Django, mano izquiera en el mástil. Pero ya sabemos que a Django eso le importaba un pimiento.

La película es de 1993. El director es Howard Carter, un asiduo de la televisión que prácticamente no ha vuelto a hacer más cine. Además sale Barbara Hersey, una de las mejores actrices que hay en América. Sin más. De jefe nazi sale Kenneth Branagh, competente en su papel de nazi. En la película, Branagh intenta beneficiarse de Barbara Hersey, a la sazón madre del personaje de Robert Sean Leonard. Leonard comete un pequeño delito pero la intervención de Branagh atenúa su previsible castigo. Todo por el amor de su madre.

La historia, en si, no abandona en demasía la convencionalidad. Tiene unos números de baile espléndidos, la música. La relación de los amigos se sigue con agrado y el personaje de Christian Bale sufre una interesante transformación cuando conoce las verdades del Mein Kampft. Correcto todo. Hablemos de la música.

Música tabú

Lo dicho. Aparte del homenaje a Django Reinhardt, suena Django Reinhardt, Count Basie, Duke Ellington, Benny Goodman, Jimmie Lunceford, Louis Prima. El jazz prohibido. Pero aquí aparte el jazz lo bailan, cosa que no deberá extrañar: el jazz, cuando se inventó, se inventó para bailarlo. Algunas de las piezas son recreaciones de orquesta llamémosles del estilo neo swing del mismo año 93. Quiero decir que no siempre las bandas originales. La música incidental es de James Horner, pero aquí estamos para hablar de jazz.

Y el jazz bailado lo bailan muy bien. Los actores bailan, aunque canta un poco, como en muchas películas en las que teóricamente son todos aficionados rasos de la calle, canta un poco, digo, que todos bailen la mar de bien. Muy profesionales, vamos. Miembros de algún ballet, me explico.

Película simpática, entretenida, Swing kids, que se deja ver, pero que, puestos a elegir, sobre todo se deja oír. La película te la ves y te compras el CD.

Los fabulosos Baker Boys: cuatro manos y una mujer

Los fabulosos Baker Boys: cuatro manos y una mujer

El mundo del jazz tiene sus estrellas y sus nombres sonoros, pero también tiene, y muchos, sus currantes. Hay un par de contrabajistas del bop, que son Curley Russell y Tommy Potter, que tocaron con Parker, que siempre quedaron en la sombra. Una mirada a los artistas secundarios no viene mal de vez en cuando, porque además se lo merecen. Y ahí entra de lleno la película de los fabulosos hermanos Baker. El color de rosa no se ve mucho en la película.

 

Dos hermanos que tocan el piano desde hace 15 años por todo Seattle, otrora en hoteles de lujo, necesitan un giro de 180 grados si desean seguir en la brecha de los clubs de noche. Lo saben y contratan a Michelle Pfeiffer, una rubia de buen ver que canta y que les sacará de apuros y de los clubs de noche. Hacia el hotel de lujo. El hermano Jack, Jeff Bridges, no tarda en caer en ella. El hermano Frank, Beau Bridges, no lo ve con buenos ojos. Y se monta el trío. Grosso modo. Y hasta ahí puedo leer.

 

Por cierto, Baker, un nombre emblemático del mundo del jazz, que supongo que tendrá algo que ver en el juego interno de los guiños del guión. El guión es del director, Steven Kloves. Luego hablo de él. Que tiene miga.

 

Tres eran tres 

 

Fumador (de americano), vividor y mujeriego. Desde que lo vi en La última sesión de Bogdanovich, Jeff Bridges es un actor que parece que nunca está, pero que cuando lo llaman, acude y cumple, como pocos, su cometido. Eficacia probada. De macarra.

 

Frágil, sensual, fumadora (de francés), rubia y amante de Ellignton. Michelle Pfeiffer está como siempre, o más aún, es decir, más que mona. Y más encima del piano cantando el Makin Whoopee, y encima en Nochevieja. Y a solas con Jeff Bridges. O más tarde el My funny Valentine. La Pfeiffer cuando se despedía ya de sus años mozos.

 

Y la antítesis. Como dos buenos hermanos, siempre hay uno calculador, cerebral, organizado y padre de familia. El otro. El hermano Beau, un actor que nunca está, porque aparte casi nunca lo llaman, pero que en la película te cae la mar de simpático.

 

Sydney Pollack es el productor. Y le da la oportunidad de debutar detrás de la cámara a un Steven Kloves de 29 años. Y lo que poco sabemos es que Steven Kovles lleva haciendo desde hace 6 años. Ser el guionista de algo llamado Harry Potter.

  

Jazz por encima de todo

 

Ya he dicho que los protagonistas son actores secundarios del jazz. Por lo tanto, si no tocan jazz, se ven obligados a tocar otras cosas, ya sea el Feelings o el Bali Hai. Que si no hay más remedio, toca adaptarse al público “selecto” del lugar. Para más INRI la acción se sitúa en el extremo más alejado de la realidad del jazz, Seattle.

 

Y ahora es cuando cuelo de rondón una realidad aquí en España y supongo que de más países. Ya menos, pero muchos se tienen que ganar el pan sin tocar jazz y acompañando a artistas pop y de triunfo fácil. Casi ná. Y eso a mí me molesta bastante.

 

Dave Grusin, músico y productor de jazz es el responsable de la banda sonora. Y quien dobla a Jeff Bridges en el piano. Y la verdad es que clava el ambiente jazzista. No en vano es productor y sabe de qué va la cosa. Los músicos suenan al buen aficionado. Ernie Watts es el saxo, por ejemplo. Brian Boomberg está al contrabajo. Aunque suena jazz, sólo se ve el mismo club de jazz en dos ocasiones. Y como el guión hace que a la Pfeiffer le guste Ellington, pues tenemos el gustazo de escuchar el Prelude to a kiss, o el Perdido. También suena Benny Goodman.

La película no será ninguna obra maestra, ni aparecerá en lista alguna de mejores filmes sobre nada, pero algo es seguro: no es mala película. Es simpática y a la vista resaltan sus encantos. Siempre nos quedará la Pfeiffer.

Cotton Club: la jungla en armas

Cotton Club: la jungla en armas

Cotton Club. Ese maravilloso encargo que no dudó en aceptar Francis Ford Coppola en el año 1984. De grandes encargos se nutre el cine, verbi gratia Casablanca. Coppola venía de quedar en la ruina tras Corazonada, y de rodar dos de sus más personales películas, como Rebeldes y La ley de la calle, con las que recupera el crédito perdido. Y cuando le llega la historia de Cotton Club, se encuentra con un material narrativo con el que está familiarizado. Porque Cotton Club va de mafia rodeada de jazz. O de jazz rodeado de mafia. La combinación es impecable. El cóctel, explosivo. El mundo “gangsteril” mecenas de la noche jazzista, tapaderas de negocios ocultos, transgresor de la ley y el orden cuando los gatos se tornan pardos.

Richard Gere es un apuesto trompetista que busca el salto de calidad. Qué mejor lugar que el Cotton Club. En su camino se interpone la fortuna en forma de gangster. Salvar la vida a un capo de la mafia, interpretado por James Remar, le rendirá unos inopinados frutos. Paralela a su historia se encuentra la de Gregory Hines, bailarín con las mismas pretensiones del éxito y la fama. Y luego surge la bella Diane Lane, atractiva y ambiciosa joven de quien se enamora fácil y rápidamente nuestro trompetista Gere. Un detalle termina por “arreglar” el conflicto de la película: la Bella Lane es la novia del Bestia Remar.

Richard Gere cumple.

Diane Lane rebosa de erotismo y sensualidad.

El gran y arrinconado Bob Hoskins, en el papel de dueño del club bien relacionado con la alta sociedad del hampa.

Excelente reparto: Bob Hoskins, James Remar, Nicholas Cage, Fred Gwyne. Muy buenos característicos. Incluso Tom Waits.

Por el Cotton Club se dan una vuelta unos imaginarios Chaplin, Gloria Swanson, James Cagney. Asiduos de la época. Y, codo con codo, Lucky Luciano.

Hay escenas de una desaforada violencia en Cotton Club. En especial la que tiene lugar en esa especie de arrebatado y furibundo éxtasis por el crimen que le asalta en un apartado del club. El guión lo firman Coppola y William Kennedy, pero también metió mano Mario Puzo.

Pega que la película la hubiera hecho Clint Eastwood. Jazz y gangsters, al fin y al cabo. Hubiera estado bien.

Cuando Gregory Hines entra por primera vez en el club y se encuentran de bruces con Duke Ellington en persona. Ellington era ya, a finales de los años 20, el rey de las noches del Harlem, un icono para la gente negra afro-americana. Cotton Club respira Ellington por los cuatro costados. The Mooche, Creole love call, el Mood indigo. El sonido jungle, los bailes exóticos... Cab Calloway también suena. The hi de ho man. El otro rey del Club del Algodón. Había oído que Richard Gere en la película tocaba la trompeta. No es cierto. Los solos de trompeta son de un sólido sección del instrumento, Lew Soloff. Y si no suena música de la época, lo que se oye lo ha compuesto John Barry, buena aportación al espíritu Cotton Club.

Hay muy buenos números de claqué, o de tap. Gregory Hines no necesitó para bailar un doble cuerpo. En la película protagoniza unos estupendos bailes con su hermano real, Maurice, a la sazón hermano de ficción en el film. Hines era un magnífico bailarín. Murió en 2003. Hay una emotiva escena en la película de los dos hermanos.

Cotton Club, en el sentido de la recreación de una música, de un club, de una época, de un tipo de vida nocturno, resulta perfecta. En suma dos horas lagas de muy buen entretenimiento desde todos los ángulos.