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Cine y Jazz

Biografías de jazz

Música y lágrimas: genuinamente americano

Música y lágrimas: genuinamente americano

Música y lágrimas no cuenta la historia de Glenn Miller “per se”. Al menos, no la que ocurrió en realidad. Ya te haces una idea al ver el título que le pusieron en España a la película, aunque peor todavía es el “Glenn Miller Story” del original. De muy edulcorado es de lo que peca este biopic. Al viejo, almibarado y conocido estilo Hollywood. Porque hay un tipo que sale y que se parece a Glenn Miller, y situaciones que en algún momento recordarán a situaciones similares a las que pudieron pasar. Tiene delito, pero es lo que hay. Aún con todo, Música y lágrimas es una película bien bonita y que entretiene durante sus buenas dos horas.

Gran parte de la culpa, James Stewart. Y un director como Anthony Mann, de oficio más que sobrado. El dúo se basta para dar credibilidad a una formidable sarta de falsedades sobre la vida del trombonista y director de orquesta americano, desde que empieza hasta que acaba. Si lejos está de narrar la realidad de lo vivido en sus 40 años por Miller, en ultratumba situaremos la verdadera causa de su muerte. Porque a mejor vida pasó, pero lejos de la niebla de un traslado aéreo Londres-París. El vuelo era más a ras y en muy buena compañía parisina-la nuit.

Por el entonces de su muerte, en 1944, sones de guerra, Miller llevaba ya tiempo siendo Director de la Banda de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos. Entrañable la escena en que ni los bombardeos alemanes acallan la virtuosidad , “In the mood”, demostrada por la orquesta ante los soldados americanos a techo descubierto. Pero bastante dudosa también.

Datos veraces: Ben Pollack, que aparece como artista invitado en la película, fue el jefe de banda de Miller en los comienzos de éste. Y varios de los antiguos miembros de la orquesta de Glenn Miller participaron en la filmación de la película.

Opinión personal: ¿es la música de Miller jazz?, y el tan traído “sonido Miller”, que éste busca y rebusca sin fin en la película, hasta el punto de convertirse en la verdadera obsesión del artista. Hay una escena muy reveladora. Una orquesta a la que Miller vende uno de sus temas, el celebérrimo Moonlight serenade, interpreta el tema a médium tempo. Miller sale horrorizado de la sesión. Han destrozado mi música, viene a decir. No es definitivamente ése “su sonido”. En efecto, la versión que Miller hará famosa es a tiempo lento. Pero ¿cuál de las dos resulta más atrayente, una vez transcurridos más de 60 años desde entonces? Sólo hay que ver la película para verlo y juzgarlo.

Eso sí, June Allyson está maravillosamente cursi pero encantadora. Es una de mis debilidades, lo reconozco.

Y Louis Armstrong ameniza nada menos que la boda de Glenn Miller y su esposa. La trompeta del gran Satchmo. Y con él sus All Stars del momento: Barney Bigard, Arvel Shaw, James Young, Marty Napoleón y Cozy Cole. Y también sale la batería de Gene Krupa, o el tenor Babe Russin o la cantante Francés Langford.

Ni que decir tiene que, aparte de los temas ya mencionados, suenan también Chattanooga Choo choo, Little Brown Jug, American Patrol, A String Of Pearls...Larga vida a Glenn Miller, siempre que las archiconocidas e inmortales derivaciones, que como célula madre ha conocido desde su muerte en forma de orquestas, aún lo permitan.

El trompetista: eternamente joven

El trompetista: eternamente joven Vida más o menos confesa del trompetista Bix Beiderbecke. Más o menos, porque, entre otras cosas, el público no sabía ni sabe aún quién fue el magnífico músico de Chicago. Bix Beiderbecke fue contemporáneo de Armstrong, y uno de sus no imitadores, sino todo lo contrario, lo cual, en su época, ya tenía mérito. Pues eso, la vida de El trompetista es la de Bix, Kirk Douglas en la película. Pero como está trasladada de época y de ambiente, sólo será un dato para el muy aficionado.

Fuera de esto, la película es magnífica. Es de Michael Curtiz, que, aparte de Casablanca, hizo más cosas, y algunas muy buenas. No suele estar bien considerado dentro de la historia este Curtiz. Ni es un nombre que se recuerde entre los grandes. Quizá no lo sea, pero no quita a que sea un artesano eficiente, un hombre de estudio nada brillante, discreto, pero honrado y cumplidor.

Del año 50, en El trompetista, Kirk Douglas encarna a un músico que desde chico quedó prendado por la música de los negros. Alma de negro tenía Bix y alma de negro tiene Douglas en el film, Rick Martín. De niño, Rick conoce por primera persona a un músico negro de jazz, un imaginario Art Hazzard, que le iniciará en el asunto. Una trompeta de segunda mano será su primer instrumento. De joven comienza su aprendizaje, sus amoríos (Doris Day), más tarde llega su emancipación profesional, que no su equilibrio personal y musical. Él quiere conseguir un sonido único, convertirse en referente del circuito musical. En su intento, le pasan varias cosas, entre ellas Lauren Bacall y las botellas de alcohol. Doris Day acaba arrinconada, Lauren se convierte en su perdición, y las botellas en sus mejores amigas.

Y sale Hoagy Carmichael, haciendo, cómo no, de compadre de Rick, el amigo simpático, fiel y pianista. No lo hace mal, en verdad, Carmichael, cuando se pone delante de la cámara. Y no lo hacen mal ninguno del reparto, incluida Doris Day antes de hacer una pareja de cine de Rock Hudson.

Y Kirk Douglas era un buen actor. Tenía en su favor un físico y una presencia, que no es poco. Sus detractores pueden argumentar ciertas limitaciones interpretativas. Quizá, que fuera una estrella con mayúsculas, al menos pasado un tiempo de esta película. Pues en esta película Douglas tiene un registro poderoso de drama. En drama era un tipo que daba, que resultaba, que transmitía. Y en esta biografía encubierta de Bix Beiderbecke, además Douglas parece un apósito a la trompeta como si con él hubiera ido la cosa toda la vida.

Las canciones forman parte del archivo popular americano: Tea for two, I only have eyes for you, The man I love, Get happy… Quien dobla a Douglas en los temas a la trompeta es el gran Harry James. Y Doris Day confirma que era una magnífica artista vocal cantando algunas canciones.

Ray: una visión distinta

Ray: una visión distinta Hablamos aquí de Ray porque el blues y el jazz son primos hermanos. Ray trata de la carrera musical y personal del genio del rhythm and blues Ray Charles. Ray Charles Robinson, que falleció el año 2004, justamente mientras Taylor Hackford, como director, y Jamie Foxx, como protagonista, se encontraban en pleno rodaje de la cinta.

La historia comienza en 1948, con la salida del joven Ray de su Florida del norte natal hacia su meteórica carrera, primero a Seattle, luego a Nueva York, luego a tantas y tantas ciudades. Nombres como Nat King Cole, Lionel Hampton, Quincy Jones o Art Tatum se pasean por las líneas del guión de James L. White. Era algo conocido que los primeros éxitos de Ray Charles como músico fueron gracias a un grupo-clon del trío de Nat King Cole. Aquí se da una explicación bien sencilla. Es lo que Ray ha escuchado y que, sobre todo, le gusta. El hecho de que cambie responde más a planteamientos comerciales de la productora. A él, en cambio, tampoco parece que le afecte en demasía. Si hay que tocar rhythm and blues, se da el giro al rhythm and blues, un estilo que puede que nazca con espontaneidad, con pura y llana naturalidad.

La orquesta de Lowell Fullson será el inicio de esa nueva etapa musical, personal y... de otras cosas, novedosas y adictivas. Dos perdiciones nacen en el nuevo Ray Charles. El gusto por las mujeres y por la heroína. Conoce a su mujer “oficial”, forma una familia. Paralelamente construirá esas realidades que no aparecen en los libros de historia ni en las enciclopedias de música: sus ardientes amantes, infidelidades varias, coronado todo ello por una feroz y silenciosa adicción a las drogas.

Jamie Foxx: yo soy Ray

Es curioso un paralelismo existente entre Bird, una de nuestras anteriores películas comentadas y Ray. En ambas dos se cuenta la vida de dos de los máximos representantes de dos estilos de música. En ambas se nos ofrece una aproximación bastante acertada de la vida de un dos músicos. El biopic, tradicionalmente edulcorado y manipulador en Hollywood, renace con estas visiones honestas, objetivas, apenas con adornos y pocas licencias. También en Ray tiene lugar una interpretación absolutamente prodigiosa por parte del actor Jamie Foxx. Otro punto en común con Bird. Si allí Forest Whitaker ofrecía un recital en su encarnación de Charlie Parker, aquí otro actor relativamente desconocido para el gran público no sólo realiza una actuación portentosa, de las que efectivamente marcan una época y a un actor, sino que llega a ser una reencarnación más que virtual, absolutamente exacta del pianista invidente. Imitaciones al margen, tener que escuchar la voz en original de Jamie Foxx es necesario y obligatorio.

También en Ray vemos un recurrente regreso al pasado para encontrar las claves que expliquen el porqué del comportamiento “libertino”, despreocupado, de Ray. El sentimiento de culpa, el remordimiento del que Ray pretende huir internándose en las drogas, en la promiscuidad, ante ese pasado que a él se le presenta por medio de símbolos y visiones en su vida cotidiana, describen de forma angustiosa el universo, oscuro universo al fin y al cabo, que debe afrontar por las buenas... o por las malas.
En uno de los varios flashback del film, su madre le enseñará una lección que Ray nunca olvidará: afrontar el resto de su vida mediante la superación y la lucha personal, todo lo que de ahí en adelante se va a encontrar; a veces su madre le enseñará a valerse por si solo de manera cruel, despiadada, cosa que al joven Ray le vendrá muy bien a la hora de vivir, ya lo sabemos, a su manera.

Un genio natural

Que si la elección de algún estilo, véase el country del celebérrimo I can’t stop loving you, pueda ser rebatible, o la pequeña “traición” al cambiar del sello discográfico independiente en el que se encontraba a uno de los principales empresas del sector, queda salvado por esa total naturalidad con que Ray Charles se tomó, también aparentemente, su carrera musical y personal. El country: de nuevo él ya explica en la película que es la música que siempre escuchó de pequeño en la radio. El cambio de sello: agradezco todo lo que habéis hecho por mí, pero ahí me pagan más. Es decir, el estilo de Ray, tanto es su vida como en su música es el desdramatizar. Suficiente desgracia (¿o no tanta?) fue ya la pérdida de mi facultad visual. Lo mejor que sé hacer es echar la vista al frente y continuar.

El propio Ray Charles se involucró personalmente en la banda sonora de la película, con nuevos arreglos elaborados para la película, como ese Georgia on my mind de los títulos de crédito finales. No faltan, están todos: Hit the road Jack, ese Georgia on my mind, What I’d said, Unchain my heart, todas sus composiciones para deleite del más acérrimo de sus incondicionales, que también tienen la ocasión de (sí, es él en más de una ocasión) de escuchar al propio Jamie Foxx cantar alguno de los inmortales éxitos de Ray Charles.

Si algún pero le ponemos a Ray es que roza el límite del que hablamos del biopic típicamente “hollywoodiense”. Bien es cierto que la película no rehuye temas como el de la adicción a las drogas del músico o de sus constantes infidelidades. Pero tampoco debemos olvidar que entre los productores se encuentra el propio hijo de Ray Charles, pequeños detalles en los títulos de crédito al afirmar que tanto Ray como de afectados dejó en su momento su adicción a los estupefacientes, una mención que en realidad podría haberse evitado. Por otra parte, la mención y aparición en alguna que otra ocasión del genial Quincy Jones da la impresión de estar metida a presión; su personaje apenas tiene un desarrollo continuado para la historia, lo que da que pensar que se trate más de un guiño de Ray a su amigo del alma que a una inclusión esencial para el avance de la película.

Bird: sobredosis de emoción

Bird: sobredosis de emoción Clint Eastwood dirige en 1988 “Bird”, la que es posiblemente su mejor película. Bird significó la declaración de amor que el actor-director profesa hacia el jazz. Acostumbrado a incluir en la banda sonora de sus cintas numerosos temas de procedencia jazzista, Eastwood brinda en Bird un definitivo homenaje a esa música en primera persona. Elige para ello la infortunada vida del saxofonista alto Charlie Parker (1920-1955), el músico que revolucionó el panorama del jazz con el denominado estilo be bop. Ya el cine había llevado a cabo aproximaciones más o menos certeras de la vida de otros grandes músicos: Diana Ross encarnó a Billie Holiday; James Stewart fue un dudoso Glenn Miller. Pero fue con Bird cuando se realizó una visión realista y alejada del tópico y simplista modo de hacer hollywoodiense con los biopics. En esta ocasión el protagonista Forest Whitetaker resultó ser un auténtico “pájaro” cinematográfico al meterse en la piel de un convincente Charlie Parker.

El guión de Joel Olianski sobre Parker malvive olvidado en la Columbia hasta que llega a las manos de Eastwood. El tratamiento que Olianski propone sobre Parker revisita los últimos años de su vida. A partir de ahí, sucesivos viajes en el tiempo nos muestra un Charlie Parker infante y adolescente que da sus primeros pasos con un saxo en su ciudad natal de Kansas; los infructuosos intentos por darse a conocer en la gran ciudad. Mediante un juego de tiempo cinematográfico que indistintamente nos conduce del pasado al futuro o viceversa, asistimos a los momentos cruciales de su carrera: el auge de sus mejores y brillantes épocas en los clubes de la calle 52 o la caída a los infiernos de la droga en su etapa de Los Ángeles.

Vida de un pájaro

Parker en primera persona acapara todos y cada uno de las escenas de esta película. El “pájaro” respira por todos los poros de la misma. Eastwood se mantiene bastante fiel a la realidad de la vida de Parker, incluso tiene la habilidad de poner énfasis en algunos aspectos claves en la carrera del genial saxofonista negro: no es de extrañar, pues, que repita en más de una ocasión el plano del “platillo volador” en distintos momentos de la película, del cual hablaremos más adelante. Todo en el film tiende a servir al espectador para explicar, para proporcionar los por qués del comportamiento a veces sorpresivo de Parker, las claves, en definitiva, de una existencia tan azarosa, tan carácterística, como la suya.

Los capítulos ficticios, que los hay en la película, deben ser matizados. Ciertamente que no hubo un tal Buster Franklin que se mofase en los comienzos de la vida de Parker. Pero no es en absoluto irreal que, no uno, sino varios músicos pusieran en tela de juicio los valores musicales del “pájaro”. Así, cuando Parker fue miembro integrante de la orquesta de Jay McSahnn, tuvo que soportar toda clase de burlas por parte de sus compañeros acerca de su ya peculiar forma de tocar el saxo hasta que finalmente fue aceptado. El capítulo más sangrante, no obstante, llega en ese momento, recogido efectivamente por la película, en el cual el mítico baterista de la orquesta de Count Basie, Jo Jones, arroja uno de los platillos de la batería a la cabeza de Parker. Es verdad, la película no es fiel tampoco en ese sentido a la realidad: Eastwood tiene el detalle de que ese platillo no llegue a impactar en Parker, simplemente es arrojado cerca de su persona. Tampoco quiere el director poner nombre al percusionista.

Una preciosa historia de amor con Chan, la mujer de Parker, interpretada por una espléndida Diane Venora, jalona a lo largo de la película los momentos más íntimamente ligados a la vida sentimental de Parker. La trágica muerte de uno de sus hijos provoca una de sus constantes recaídas en el mundo de la heroína, y proporciona uno de los momentos más espeluznantes de la filmografía de Eastwood: las sucesivas llamadas de teléfono mediante las que un patético y destrozado por los narcóticos Parker apenas conseguía enviar un mensaje de telegrama a su mujer.

La música, al fin

Eastwood se reunió con dos de los músicos que mejor conocieron a Parker:: los trompetistas Red Rodney y sobre todo, el camarada de los años 40 e impulsor junto a Parker del nuevo estilo be bop, Dizzie Gillespie. De la mano de Rodney asistimos a uno de los pocos capítulos festivos en la película. A cambio de que Parker toque con su grupo en la celebración de una boda judía (por aquella época Bird y los uyos no pasaban por una economía muy boyante), el trompetista, pelirrojo para más señas, acepta adentrarse en una gira con Parker por el proceloso Sur de los Estados Unidos. El posible problema racial de ver a un blanco como Rodney entre la población negra es resuelto por Parker de una forma tan genial como la de cualquiera de sus solos: presentar a Red Rodney como “Albino Red”, y obligarle a declamación de blues soterrado para toda la parroquia sureña.

Efectivamente éste es uno de los escasos momentos en que la tensión dramática se toma un respiro. Los demás episodios aportan al espectador unas claves para comprender el dilema personal que se le presentaba a Parker en su avatar diario: el amor, la pasión por una música por un lado, y el aspecto autodestructivo de la adicción a las drogas por otro, hecho éste que Eastwood, con total delicadeza, prefiere omitir en sus aspectos más morbosos. Nunca veremos una jeringuilla de más, sólo las consecuencias, los terribles efectos que provocaba en la vida de Bird. Tanto desde el punto de vista del aficionado al jazz, como cinéfilamente hablando, resulta conmovedora la escena en la que se recrea la famosa sesión de grabación de un espeluznante “Lover man” interpretado por Parker bajo los efectos adormecedores del caballo, y que termina con la rotura del cristal de la ventanilla de la cabina de grabación porque Parker ha lanzado contra él su saxo.

Frustraciones no sólo musicales, frustraciones no sólo personales, plasmadas genialmente por Eastwood en un plano apenas entrevisto: el fugaz y fracasado intento de Parker por conocer al compositor ruso Igor Stravinski a las mismísimas puertas de su mansión neoyorkina.

La supervisión de la banda sonora corre a cargo del fiel Lennie Niehaus , destacado saxo alto desde la década de los 50 y colaborador habitual de Eastwood. Para esta película, Niehaus aisló con tecnología digital los solos de saxo de Parker a los que agregó la intervención de destacados músicos modernos. “Acompañan” a Parker en esta nueva orquestación los pianistas Monty Alexander, Barry Harris y Walter Davis Jr., los trompetistas Jon Faddis y Red Rodney, el saxo alto Charles McPherson, bajistas como Ron Carter, Ray Brown o Chuck Berghofer, el vibrafonista Charlie Shoemaker, y el baterista John Guerin.

Y los temas musicales son los originales de Parker. Están todos, al menos los imprescindibles: Yardbird suite, Now’s the time, Parker’s mood... Otro de los momentos mágicos del film, que produce en la narración un inesperado tiempo muerto: Bird y Chan en el coche, la radio suena de fondo, en el justo instante en que la emisora programa la recién estrenada versión cantada que del tema “Parker’s mood” realizó en su momento el cantante King Pleasure. Oímos a Chan: lo odia. Parker, en cambio, simplemente escucha, escucha... Curioso, por otro lado, que fue Parker quien en realidad no tenía en muy buena estima la letra añadida a su canción.